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No podemos callar lo que hemos visto y oído. (Hch. 4, 20)

Oda a mi madre (cuidala Tú ahora Señor)

Noche estrellada de oscuridad

Y apagada en tristes fragancias,

Marcando sones alegres

De almas lejanas.

 

La vanidad discurre en lo alto

Mientras acá solo cabe falsedad,

Anhelos de humildad abrazan

Las esperanzas de un mañana.

 

Tierra firme piso mientras

El lejano viento me embarga,

El alma se ha perdido

En la vanidad de las alturas.

 

El corazón antaño altanero

No recuerda ya alegrías,

Sino que suspira por la soledad

De su propia condena impuesta.

 

Falsedad y verdad cantan al unísono

la olvidada Partitura de la vida,

Vendida ya al olvido.

 

Son tiernos los recuerdos,

Pero duros los despertares

Pensando en sentir caluroso

El abrazo de una madre.

 

Puede que todo pase,

Puede que todo quede,

Puede que olvide y

Puede que recuerde.

 

Cada latir del corazón,

Cada cerrar de ojos,

Es el recuerdo constante

Del corazón que me dio la vida,

apagándose entre mis manos.

 

Mañana el sol brillará,

Quizás llueva,

Quizás la niebla lo cubra todo,

Quizás, quizás, quizás,

Pero solo una certeza:

Tú no estarás.

 

Espérame allá en lo lejano,

Déjame sentirte en lo cercano,

Espérame sonriente,

Deja caer mis lágrimas.

 

El Dios que me dio la vida,

La tuya ha trocado en eterna,

Confiado lo confieso

Y angustiado lo lloro.

 

Podré hacer discurso,

Podré cantar laudes,

Puede que hasta pintar el arcoíris,

Pero no podré volver a llamarte:

MAMA,

Y sentir tus ojos penetrantes

Buceando en mí,

Sabiendo sin saber

Y amando sin decir.

 

Cincuenta y ocho años

Un regalo que Dios nos encomendó,

Una familia que llora

Encomendado ahora al mismo Dios

El tesoro que nos prestó.

 

La poesía más hermosa

Solo cuatro palabras la componen:

MAMA

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