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No podemos callar lo que hemos visto y oído. (Hch. 4, 20)

Querido amigo:

Querido amigo:

Se despiertan en mi memoria en éste momento, algunos recuerdos que no me son indiferentes. Lejos de eso, deseo recordarlos, revivirlos, sentirlos de nuevo, pero no puedo hacerlo. Para ti seguro que no habrán cambiado mucho las cosas en estos años, no me cabe la menor duda. Como también estoy seguro de que, aunque hace tanto tiempo que no nos vemos, no me habrás olvidado. Seguro, porque es casi imposible que olvides tantas y tantas cosas y momentos que hemos compartido. La verdad es que en estos años te he echado mucho de menos, quizás demasiado; sobre todo cuando he vivido esos momentos de profunda soledad, una soledad que antes solo era capaz de compartir contigo. ¿Ves?, aquellos amigos comunes que tuvimos, se preguntan porque me he vuelto tan reservado; lo que ellos no saben es que, el día que te marchaste, me sentí bastante solo, quizás demasiado, porque deposité en ti demasiada confianza, demasiada hermandad y amistad. Tú me conocías muy bien, eras capaz de darme una respuesta antes de una pregunta, en muchas ocasiones no necesité ni tan siquiera contarte mi problema, ya lo sabías.

Nunca he vuelto a aquellos lugares que recorrimos juntos. Esos rincones en los cuales ni tú eras el “graciosillo”, ni yo el “cabroncete”. Que momentos. Que noches. Que eternidades de segundos compartiendo lo más profundo de la interioridad del ser humano. Un cigarro, unas risas, unos “comentarios”, pocas cosas; y tras esos minutos, la desnudez del alma.

Tampoco he podido olvidar nunca aquella noche, aquella noche del adiós. Después he descubierto en nuestras palabras la presencia de Dios, un Dios que nos invitaba a despedirnos de alguna manera. Recuerdo palabra tras palabra, gesto tras gesto. Todo. Siempre nos decíamos “mañana más”, aquella noche la despedida fue “nos volveremos a ver”. Que ilusos fuimos, no entendimos que pasarían demasiados años para poder volver a vernos. Aún soy un poco tonto, porque me sigue dando por llorar cuando recuerdo aquellos momentos.

Después nunca has estado en los momentos más importantes de mi vida, bueno, no ha estado tu presencia física, pero siempre he sentido que no andabas muy lejos y que, aunque no nos veíamos, seguro que te alegrabas o que llorabas conmigo. En el fondo, no has estado tan lejano de mí, quizás más cerca de lo que ambos nos imaginamos.

Tus secretos y mis secretos, fueron siempre eso: secretos. E imagino que lo seguirán siendo, en cierta manera.

Algo sí que tengo que reivindicarte. Tú te fuiste sin pedir permiso, vale, pero tío, después te has ido rodeando de muchas personas cercanas a mí. Ya te digo, sin pedir permiso. Siempre has tenido la habilidad de ser “el bueno”, y como no, yo el “sinvergüenza”; ambos aceptamos nuestros roles, riéndonos después de todo lo que los demás pensaban. Que listo que eres tío, tú has sabido vivir con intensidad y exprimir hasta el último segundo de tu vida.

Mañana será otro día, otro día sin más. Otro día más. Otro recuerdo, otra esperanza, otra ilusión que volveremos a compartir sin más.

Por cierto, la promesa de aquella noche la cumplí, ¿has cumplido tú tu parte? Espero que sí, porque como no sea así, no me van a valer las escusas que bien sabes poner.

Querido amigo, mañana hará 14 años que nos dijimos adiós. Muchas cosas han cambiado desde entonces, pero otras no. Como cada 28 de agosto, volveré a llorar al levantarme, volveré  a comprar claveles blancos y llevarlos a esa fría fosa que nunca me atrevo a tocar. Te diré lo de siempre, lo de cada aniversario y, a partir de ese momento, pondré una sonrisa en mi cara y viviré el resto del día como si nada hubiese pasado. ¿Te acuerdas de nuestro sueño? Si hombre, ese que tengo de vez en cuando. Pues ya lo estoy esperando, no tardes, porque ese es nuestro momento, en el que podemos hablar de nuestras cosas.

Alberto, cuídate y sobre todo cuídame. No me olvides, yo no lo haré. Ah, si es posible y te acuerdas, cuando vayamos a vernos otra vez, avísame…

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