Resucitando
La resurrección no es algo que quede excesivamente lejos de nosotros, ni es algo que tenga que ver sólo con la muerte. Resucitar es descubrir una serie de valores y opciones fundamentales que nos hacen poder proyectar nuestra vida en clave de futuro. Sin duda alguna, Jesucristo resucita de la muerte física para darnos no una vida distinta, sino una vida en auténtica plenitud. Pero existen otro tipo de muertes que necesitan de otro tipo de resurrecciones. La vida es un compendio de necesidades, aspiraciones, ilusiones, fracasos, éxitos, etc. Y en cada uno de esos acontecimientos muerte y resurrección van unidas. Pensamos que la muerte física es el final de todo, y así lo dice nuestro argot popular: “todo tiene solución menos la muerte”; pero he aquí que un cristiano no puede profesar ese dicho, pues en Jesús la muerte sí ha encontrado una solución: la vida.
No es necesario ser cristiano para resucitar continuamente, pero el cristiano sí tiene la obligación de estar continuamente en constante resurrección. Si vamos descubriendo la muerte como algo distinto de un proceso meramente físico, podremos descubrir lo importante que es morir a las cosas que nos separan de los demás. Morir al egoísmo, morir a la envidia, morir a la desconfianza, morir a la desilusión y a otras tantísimas cosas que hacen que estemos muertos en vida creyendo que vivimos porque nos morimos. Nunca la esencia del pensamiento ha podido determinar las condiciones del cambio, pues la mente de forma objetiva no es posible. La mente requiere necesariamente de nuestra capacidad de pensamiento, y éste no es medible, sobre todo si tenemos en cuenta que esta capacidad de pensamiento tampoco es objetiva sino que viene determinada por nuestra vivencia y, sobre todo, por nuestra capacidad de reflexión e interiorización.
¿Qué es más importante, morir físicamente o vivir eternamente muerto? Que cada uno conteste a esta pregunta desde su vivencia existencial. Jesucristo no lo dudo: morir por amor antes que vivir por miedo.
Parece que haya querido hacer aquí un pequeño excursus sobre la muerte, nada más lejos de la realidad: mi discurso es sobre la vida, o mejor dicho, sobre la VIDA y sobre el AMOR. Porque la muerte física puede acabar con lo material, pero el AMOR es eterno y no sucumbe ante un ridículo proceso de descomposición orgánica. Mira a tu alrededor: si amas de verdad, permanecerás en los tuyos y ellos en ti. Si tu amor es mediocre, movido por las necedades humanas, aunque vivas 1000 años, vivirás muerto. Fíjate hasta que punto será importante el AMOR, que toda la doctrina cristiana se resume en esas cuatro letras, es la esencia de la fe y de la vida. Un AMOR que tiene que ser grande y pequeño a la vez. Grande para amar sin rencor; y pequeño para amar sin condiciones sobre todo a los que tenemos a nuestro alrededor. Cuanto cambiarían las cosas si pusiésemos el amor por encima de todas nuestras inquietudes, egoísmos, desconfianzas, y ese largo etcétera que no nos dejan muchas veces disfrutar de la vida y de los que tenemos a nuestro lado. Ama y olvida, ama y haz de cada día el último de tu vida y, al llegar la noche, no te importará morir porque lo has dado todo, te has dado en plenitud. Jesucristo lo hizo, era Dios, pero también hombre y amó como tal sin temer la noche. Su amor fue tan en plenitud que el regalo de su muerte fue la VIDA.
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