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No podemos callar lo que hemos visto y oído. (Hch. 4, 20)

La curiosidad

Que curisas resultan las contradicciones. Puedes reir mientras estas destrozado, y estar destrozado mientras ries. La blafemia es lo peor que podemos encontrar en nuestra vida, cuando le damos credibilidad a un bulo sin tan siquiera pensar en la persona que es objeto del mismo. La peor de las cruces de nuestro tiempo es precisamente el chismorreo y el bulo; hacemos de suposiciones afirmaciones, de intuiciones realidades objetivas, sin darnos cuenta de lo peligroso que puede llegar a ser, puesto que tras cada una de nuestras "suposiciones" hay personas que pueden sufrir el mayor tormento posible. Pedir perdón es sano, pero pedirlo cuando se tiene por qué. Dios es el único juez que conoce hasta lo más profundo de nuestro corazón, y a él si que tendremos que rendir cuentas sin escusa alguna. A Él tendremos que explicarle porque crucificamos a aquella persona sin tan siquiera concederle la presunción de inocencia. Jesús de Nazaret tubo que sufrir éstas críticas guardando silencio, sin rechistar, "como cordero llevado al matadero"; y quizá la historia se repita cada segundo, quizá siga habiendo en nuestro entorno muchos "Jesús" crucificados con los clavos de nuestra lengua, azotados con el látigo de nuestra frialdad y traspasados por la lanza de nuestra "justicia". Pero cuidado, el juicio se puede volver contra tí; no esperes clemencia o comprensión de los demás cuando tú no la has tenido con ellos; no esperes que los demás te den un voto de confianza cuando tú has sido incapaz tan siquiera de escuchar. No esperes, en definitiva, que saldras absuelto de la crítica, pues tarde o temprano, quien critica es criticado. ¿Qué sabes tú de la historia de los demás para alzarte como juez?. No olvidar la sentencia de Cristo es fundamental: "el juicio que uséis con los demás se usará con vosotros". Lo mejor es disculpar sin límites, poner en tela de juicio esa "información basura" que ha llegado hasta nuestros oidos; quien disculpa sin límites está viviendo el mandamiento fundamental del cristianismo: el amor. San Pablo lo dice con mucha claridad en su carta a los corintios: "el amor...", no era santo cuando escribió esa carta, era uno más, como tú y como yo, o mejor dicho, era algo mejor que tu y yo, porque Pablo de Tarso era "un hombre justo". Un hombre que comenzó por reconocer que no era el paradigma de la perfección, lo cuál le permitió no juzgar, pues no saberse perfecto es el inicio del auténtico aroma del Amor. Si llega a tu lengua un tal o cual, piensa bien lo que dices y lo que piensas, no olvides que el Dios del Amor, te juzgará de Amor. El reo de tu juicio podrá guardar silencio, o vivir ajeno a tus críticas, pero el Juez Supremo no. Dice el refrán que quien caya otorga; no es cierto, en ocasiones el silencio es la única arma de la paz interior. El hombre justo se mide por sus palabras y pensamientos, no por su categoria social ni por su capacidad de análisis. Mi abuelo me enseñó una vez que el hombre sabio es el que conoce sus límites y sabe de lo que es capaz y de lo que no. Aquel día yo aprendí muchas cosas, entre otras que soy capaz de crucificar a quien se ponga por delante (como vulgarmente decimos), y aquel día comprendí que sería una persona muy criticada en tanto en cuanto decidiese que solo a Dios he de dar explicaciones, y Él ya las conoce. Todos cometemos errores en esta vida, eso no es lo malo; lo terrible es cuando te señalan como autor de errores que nada tienen que ver contigo; entonces ves venir los clavos sin poder hacer nada, sientes el peso del madero en tus hombros sin explicarte por qué; espero que nunca tengas que sentir eso, o mejor dicho, si no quieres sentirlo, no carges tú de cruces a otros. Vivir amando (aunque ello implique sufrimiento), es lo mejor; es la forma egoísta de asegurar un juicio de Amor. La verdad es que me gustaría despertar una mañana y sentir que este mundo y sus gentes viven desde aquí, hoy no ha sido así, ¿será mañana?; esa esperanza me queda. Querido lector, espero no juzgarte nunca, sólo escucharte. Espero no crucificarte nunca, sólo amarte. No necesitas dar explicaciones, justificaciones; sólo necesitas pintar una sonrisa en tus labios y decir con el corazón abierto: Dios sabe la verdad, nada me importan los demás.

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