Una Iglesia
No sé ni como ni por qué, pero soñé en una iglesia real, en una iglesia al estilo de Jesucristo. En mi sueño aparecían grandes personajes cuyo mérito era su anonimato. Resulta curioso, pero en mi sueño no aparecian precisamente sacerdotes, los protagonistas eran las gentes sencillas que necesitan a Dios. Dios no se hace presente en las grandes celebridades, se hace presente en acciones tan sencillas como el beso de un nieto a su abuelo. Estamos llenos de normas y preceptos, y esta nube cubre con mucha frecuencia al Dios de Jesucristo, al Dios del Amor y de la Verdad. La búsqueda de los primeros puestos, la constante necesidad de la relevancia, del mandato, de la moral, de la jurisprudencia, de hacer por hacer ajustandose a un papel; todas esas cosas son las que muchas veces nos alejan de ese amor primero que es Jesucristo. Amar a la Iglesia no es en absoluto cumplir sus letras históricas; es buscar la verdad en ella, es no caer en la tentación de creer que todo está ya hecho o terminado, es estar abiertos a los cambios y a las necesidades de una nueva sociedad que necesita mucho de la esperanza de Cristo. No podemos quedarnos en la misa del domingo, ésta pierde todo su sentido si se limita a un quehacer dominical; lejos de eso, el enamorado/a de Dios necesita ver todo a la luz de Cristo, TODO, no solo lo que interesa. Cuando alguien se pregunta en su interior ¿dónde está Dios?, alguo falla en los encargados de contestar a esa pregunta. ¿Por qué tenemos miedo a la evolución, al cambio?, ¿por qué nos anclamos en la historia pensado que cualquier tiempo pasado fue mejor?. Es doloroso, muy doloroso, cuando alguien sigue diciendo aquello de "creo en Dios, pero no en la Iglesia"; cada vez que alguien pronuncia ésta frase, deberíamos de rasgar nuestras vestiduras para profundizar en nosotros mismos, buscando qué es lo que hace que se pueda seguir repitiendo ese sentimiento. El amor a la Iglesia no es el acatamiento borreguil, no; es la búsqueda de la Caridad en ella. Y esa es una responsabilidad de todos los que formamos parte de ella. No se trata de hacer crítica arrasadora, de eso ya se encargan los que no aman a Dios, se trata de buscar errores y fallos que se nos escapan como cristianos, buscando hacerla más presente y cercana a la gente de la calle, a los de las oficinas, a los colegios, a los institutos; incluso me atrevería a decir a los políticos, pero sin entrar nunca en politica. Jesucristo, nunca organizó ni organizaría manifestaciones políticas, ni referendum idealistas, ni otras tantas cosas... el nos dice: Yo soy la Verdad, el Camino y la Vida. Dejemos la política a los políticos. Resulta curioso encontrar a creyentes profundos, que nunca han pisado una Iglesia. ¿Por qué?, buena pregunta, quizá la respuesta la encontremos en su propio corazón. Nuestra misión como cristianos no es criticar al que no cree, que normalmente es lo que hacemos, sino anunciar y compartir a Cristo. Por cierto, una última pregunta... ¿cómo se puede hablar del amor a Dios sin sentir el amor?. Una respuesta atrevida... El amor a Dios empieza por el descubrimiento del amor humano. ¿Entonces, por qué a veces las normas nos prohiben amar?... Cada uno que busque su respuesta, yo ya la he encontrado.
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