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No podemos callar lo que hemos visto y oído. (Hch. 4, 20)

Iglesia-Fe

Los invitados a la boda

Los invitados a la boda

Vivimos en una sociedad globaliza, entendemos por globalización “un proceso económico, tecnológico, social y cultural a gran escala, que consiste en la creciente comunicación e interdependencia entre los distintos países del mundo unificando sus mercados, sociedades y culturas, a través de una serie de transformaciones sociales, económicas y políticas que les dan un carácter global. La globalización es a menudo identificada como un proceso dinámico producido principalmente por las sociedades que viven bajo el capitalismo democrático o la democracia liberal y que han abierto sus puertas a la revolución informática, plegando a un nivel considerable de liberalización y democratización en su cultura política, en su ordenamiento jurídico y económico nacional, y en sus relaciones internacionales”. Y por capitalismo democrático: “una ideología político-económica que describe al sistema económico político y capitalista como socio vinculado al sistema político democrático. Lo cual, en definitiva, es lo mismo. Pero resulta que esos sistemas capitalistas, o globalizadores, han perdido su razón de ser. Toda la definición parte de la concepción de un mundo donde el status social y económico está divido en las tres clásicas clases sociales: baja, media y alta.         Si analizamos el mundo actual resulta que estas tres clases han desaparecido, es decir, no nos encontramos en nuestras sociedades modernas con tres clases claramente fijadas, sino que lo que han llamado “la crisis” hace que sólo haya dos clases sociales: baja y alta. Toda una madeja de lana que a lo único a lo que nos lleva es a pensar donde nos encontramos nosotros.      “Antiguamente”, hace 5 años, el pobre era pobre; el rico era rico y, el de en medio, no era nada. Sólo hace falta mirar alrededor para percatarse de que hoy día no es así: el rico es muy rico y el pobre es paupérrimo y, la llamada clase media se ha convertido en una clase de “hipotecados” que, oficialmente, tienen un patrimonio, pero que en la realidad sólo pueden llegar a fin de mes cuando llegan. Nuestras sociedades ya no son lo que eran. Lo políticos buscaban el bien social, ahora el bien social les busca a ellos. Continuamente asistimos a los famosos casos de corrupción, a las inflaciones, a los vaivenes del Euribor, y un largo etcétera en el que el motor regulador se ha perdido. Ese motor era una cierta moral que servía como termómetro para saber cuando un político actuaba como debía o no. Los pepiños blancos de las gasolineras de antes era el tendero que compraba en las grandes superficies y vendía por un euro más, haciendo que la economía fuese una línea continua. La sociedad del bienestar consistía en tener un coche y una tele y, si la situación lo permitía, irse un par de semanas en agosto, salvo que se tuviese una casa propia en la playa. Aquella sociedad del bienestar fue el reclamo de empresarios y políticos que, como todo ser humano, querían tener más, pero la moral les indicaba que nunca a costa del pobre paupérrimo. Perdida la moral, perdido todo.

            Decía san Pablo en la carta a los filipenses: “Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación”. Mi abuelo, cuya memoria recuerdo bien, nos compraba caramelos sugus a principio de mes y, a partir del día 15, el dulce preferido eran las torrijas elaboradas con el pan duro que sobraba remojado en leche. Todo un manjar que nos hacía entender que la economía no es un bien que debe controlar la dignidad del ser humano, sino que es precisamente la dignidad del ser humano la que regulaba la economía. Aristóteles decía que la virtud se encontraba en el punto intermedio. El cristianismo le puso nombre a ese punto intermedio: la moral. Ser político era, poco menos, que ser de una madera especial; se les miraba con cierta envidia y se les llamaba de usted en todo momento. ¿Qué ha cambiado para que ahora la simple palabra de político nos suene a sinónimo de sinvergüenza? La desaparición de la moral política. Porque la pregunta no es si un ministro ha robado, eso lo damos por descontado, sino cuánto y cómo. Me resulta muy llamativo contemplar los plenos de mi ayuntamiento por la tele, o el debate sobre el estado de la nación anual, que no me pierdo más de media hora. En los plenos veo a mis conciudadanos hablando de sus cosas y poco de la realidad. No buscan soluciones a los problemas reales de los vecinos, sino cómo demostrar que la moción que presenta el partido contrario es inconveniente y reprobable. En el debate sobre el estado de la nación, sólo veo a un montón de acomodados que, desde un escaño de cuero, se atreven a hablar de cómo se construye una sociedad perfecta, mientras yo lo veo desde mi sillón de tela y, mi vecino, desde su silla de plástico. Hipócritas. El ministro Rubalcaba diciendo que sabe cómo salir de la crisis: ¿por qué no lo hizo hace dos meses cuando era ministro? O aún mejor ¿por qué no se lo dice a la persona que tiene tres escaños más abajo, el presidente, para que lo haga? El señor Rajoy sabe cómo solucionarlo todo: ¿por qué no lo compartió con el gobierno cuando la situación empeoraba? Y un tal Cayo Lara que…, bueno, este no pinta nada el pobre, me da mucha penita. Por cierto, este fue quien en un mitin en Murcia gritaba que iban a acabar con la Iglesia y el clericalismo, el mismo mes que, tras el recuento de las papeletas, casi se salen pero del congreso por falta de votantes. La respuesta es clara: dicen que sólo lo harán cuando estén en el gobierno. La conclusión a la que llego entonces también es clara: no les importa el bien de España, sólo estar en el gobierno. ¿Qué tendrá el poder…?

            ¿Dónde está la política? ¿Dónde está la moral? Gracias Dios, porque por lo menos aún puedo leer el Evangelio y saber que la esperanza existe.     Estos invitados a la boda, eran los invitados de primera fila, pero no han sabido llevar su traje de fiesta, su traje de gala, el traje del que manda. Se les encomendó una misión, pero creyeron ser más que los novios de la boda a la que estaban invitados:

EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 22, 1-14

 “En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

--El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda". Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos”.

La misericordia de Dios es eterna

La misericordia de Dios es eterna

 

PROFECÍA DE EZEQUIEL 18, 25-28/SALMO 24/ CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS FILIPENSES 2, 1-11/EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 21, 28-32

“Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por envidia ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús”.

            Estas son las palabras del apóstol Pablo a esa comunidad de Filipo, unas palabras que surgen de lo más profundo de su corazón y, más aún, del abismo de su propio dolor y rabia al comprobar que el mensaje de Jesús no ha sido comprendido. Pablo experimenta cómo el cristianismo naciente está haciendo ya desde el principio una división errónea: por un lado anda la fe que proclaman y, por otro lado, anda la vida que viven los que proclaman esa fe.        Esta división no es algo atípico y lo seguimos viendo y viviendo dos mil años después. La palabra de Dios es una palabra de vida, entre otras cosas, porque tiene actualidad en el aquí y en el ahora. Hoy seguimos haciendo lo mismo y el mensaje parece igual de nuevo y de ofensivo para los oyentes que no somos capaces de vernos reflejados en esta realidad.

            No hay más que mirar a nuestro alrededor, dentro de nuestra propia iglesia, pero no me refiero sólo a la institucional, sino de la que formamos cada uno de nosotros, de nuestra parroquia, de nuestro grupo, etc; para darnos cuenta de que ni nos mátenemos unánimes, ni tenemos un mismo sentir, ni un mismo amor. Acudimos cada domingo a la celebración de la Eucaristía viviéndola muchas veces como un cumplimiento y olvidando lo que en ella hay de denuncia hacia nuestra vida. Escuchamos esa palabra de Vida mientras miramos el reloj porque tenemos una cita después y el cura se alarga; proclamamos la fe mientras miramos al que tenemos delante juzgando su actuar y sus comportamientos; rebuscamos en nuestros bolsillos los céntimos que depositaremos en la bandeja, mientras pensamos en dejar lo necesario para el café, la cerveza o la colección del quiosco o, simplemente, para nada, pero que no nos falte, mientras los encargados de caritas hacen verdaderos milagros de multiplicación de los panes y los peces para dar de comer, día a día, a tantas personas cuyos bolsillos hace tiempo que dejaron de ser útiles. Nos acercamos a comer el Cuerpo de Cristo mientras volvemos a juzgar si la persona que llevo delante lo merece o no. ¿Dónde queda la llamada de Pablo a vivir en el amor? ¿Son estos los sentimientos de Cristo Jesús a los que nos llama Pablo? Creo que no, ni lo son para ti, ni lo son para mí. Aquellos de Filipo habían marcado una delgada línea entre su fe y su vida, cada uno de nosotros la hemos ido acrecentando a nuestro antojo y pareciese como si las palabras del Evangelio, por muy alto que se proclamen, formasen parte de una novela de la cual conocemos el final y no nos interesa mucho la parte intermedia. No podemos vivir como católicos sin ser cristianos, no podemos vivir como cristianos sin ser católicos. La palabra católico significa Universal: el mensaje de Cristo es universal y a la vez particular: universal porque nos llama a vivir una misma fe, un mismo amor y una misma comunión; particular porque va al corazón y la conciencia de cada uno de forma única, su lectura es para mí, es para ti. No cometamos el error de, cuando escuchamos la palabra de Dios, pensar en poner ejemplos de personas que no la cumplen: empecemos por nosotros mismos.

            El cristiano NO puede odia, NO puede desear el mal ajeno, NO puede ser indiferente a la necesidad, NO puede ser juez inmisericorde de nadie.

“Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios”. ¿Por qué?, porque ellos saben quiénes son, conocen sus errores, son conscientes de que pueden ser mejores y tienen la capacidad de pedir perdón y buscar el verdadero Amor.

            ¿Quieres ser feliz? NO ODIES, NO DESEES EL MAL, NO CRITIQUES, NO JUZGUES.

            ¿Por qué? PORQUE QUIEN NO ODIE, NO SERÁ ODIADO; QUIEN NO DESEA EL MAL, SERÁ CONSOLADO EN SU DESGRACIA; QUIEN NO CRITICA, NO SERÁ OBJETO DE CRÍTICA; QUIEN NO JUZGA, SERÁ JUZGADO EN EL AMOR DE CRISTO, UN AMOR AL QUE SÓLO LE INTERESA LA SALVACIÓN Y LA ESPERANZA.

 

“Recuerda, Señor, que tu ternura

y tu misericordia son eternas;

no te acuerdes de los pecados

ni de las maldades de mi juventud;

acuérdate de mí con misericordia,

por tu bondad, Señor”.

            El Señor tiene ternura y misericordia eternamente con cada uno de nosotros, ¿por qué no tenerla nosotros con nuestros semejantes? Si quiero experimentar la misericordia de Dios, sólo he de ser yo misericordioso con los demás. Esta es mi oración de hoy, la que compongo cada día y quiero seguir componiendo cada instante:

Señor: que cada ofensa que me hagan,

Sea una ocasión para perdonar.

Que cada vez que me odien,

Sea una ocasión para no odiar.

Que cada vez que me desprecien,

Sea una ocasión para acercarme a los despreciados.

Que cada vez que me critiquen,

Sea una ocasión para que no critiquen a otros en mi presencia.

Dame la fuerza que necesito para poder Amar,

Para poder amarte,

Para amarte en los demás.

Que al cerrar mis ojos a la vida terrena

Sólo encuentre tu perdón y tu amor

Por haber perdonado y amado.

Del Amor al Perdón

Del Amor al Perdón

LIBRO DEL ECLESIÁSTICO 27,33-28,9// SALMO 102// CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 14, 7-9// EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 18, 21-35

            No conozco ningún libro que pueda ser resumido en una sola palabra, una palabra que recoja la verdadera esencia y finalidad de la obra, su intrínseca naturaleza. Sólo el Evangelio es capaz de ser resumido en un vocablo con significado propio y que adquiere su sentido desde la lectura de sus páginas: la palabra AMOR. De ella se puede derivar otro ciento como perdón, solidaridad, caridad, y un largo etcétera que vuelve a hablarnos  de la misma palabra. Y ciertamente no se trata sólo de cuatro letras, sino que en cada una de ellas hay un verdadero mensaje y una invitación a un estilo de vida distinto. Se trata de la esencia del cristianismo, de la esencia del mensaje de Jesucristo y del testimonio de su propia vida impregnado por la invitación a vivir en el amor. Los cristianos no podemos ni debemos vivir nuestra fe como si el amor fuese algo complementario o ajeno a nuestras creencias, cuando hacemos esto (y lo hacemos muchas veces) estamos abriendo una puerta muy difícil de cerrar, la puerta del “cristianismo social”, es decir: vivir como cristiano pero sólo en los actos y cultos sociales, no hacerlo en la interioridad de la propia conciencia y del corazón. Cuando optamos por vivir este cristianismo social, nos estamos engañando a nosotros mismos, porque no nos llevará a ningún sitio ni tendrá utilidad alguna para nuestra vida; seremos cristianos pero sin Cristo. Esto en el fondo es una forma de hipocresía. El cristianismo social (muy extendido en nuestros días y muy presente incluso en la propia iglesia, que ha de estar alerta constantemente para erradicar este mal), nos aleja, no sólo de los demás, sino de Dios. Nos lleva a crearnos nuestro propio dios, ese cuyo mensaje sólo tiene palabras de conformismo y de egocentrismo.

            El auténtico cristianismo nace inexorablemente del Amor de Cristo, y el Amor de Cristo tiene su raíz en la Caridad más profunda, una Caridad cuyo pilar fundamental es el Perdón: “¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor?”. No puede, porque si lo hace vive bien lejos de Cristo, apartado de Dios y habiendo creado un dios a su imagen y semejanza. No olvidemos que Dios nos crea a su imagen y semejanza, no nosotros a Él a nuestra imagen y semejanza (eso es lo que quieren algunos).

Dios no nos perdona sólo por su magnanimidad eterna, ni por su compasión infinita para con nosotros. Dios nos perdona para que nosotros aprendamos a perdonar. ¿Qué triste sería ver llegar el momento de nuestra muerte con un corazón empapado de odio y de rencor verdad? Pues no olvidemos que no sabemos ni el día ni la hora…

Perdonar setenta veces siete no es perdonar sin más el mal que alguien puede hacerte, es romper con el fatídico dicho de “yo perdono pero no olvido”, porque quien no olvida condena su propia conciencia al odio y al rencor, al recuerdo de que alguien me hizo daño en un momento. Quien puede perdonar ha de poder olvidar, porque sólo así podrá gozar de la felicidad interna que nace del corazón.

            Nos dice san Pablo: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos”. Si esto real, vivamos como vive Cristo: ajenos al odio y al rencor, sacando de nuestro corazón todo aquello que nos hace sentir y desear lo malo a los demás y que, en el fondo, nos hace estar a disgusto con nosotros mismos. Muramos como muere Cristo: pidiendo el perdón y dejando una estela tras nosotros que sea de amistad y compasión, no de enemistad y odio. ¿Cómo se consigue esto? Practicando desde lo más pequeño, sólo así. Nadie será capaz de perdonar un mal grande si no ha empezado por no tenerle en cuenta a otro, quien sea, algo tan nimio como el que “no me haya saludado”, o es que me han dicho que dijo…,  y tantas otras cosas pequeñas que bien conocemos todos y que, a la larga suelen derivar en una enemistad de por vida. Hay que comenzar por lo pequeño para poder llegar a lo grande: no tenerle a nadie en cuenta el mal y vivir y morir sin tener enemistades ni odios absurdos.

            No permitamos que en el momento de presentarnos ante Dios nos pueda ocurrir lo que Jesús, mediante una parábola, nos dice en el Evangelio: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.

            Proclamemos las palabras más hermosas que, a mi parecer, se han escrito sobre el Amor y el Perdón, y dejos que ellas venzan a otras tantas tonterías que asolan nuestra mente y que semillas del mal que, si lo dejamos, va creciendo en nosotros:

Bendice, alma mía, al Señor,

y todo mi ser a su santo nombre.

Bendice, alma mía, al Señor,

y no olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas

y cura todas tus enfermedades;

él rescata tu vida de la fosa

y te colma de gracia y de ternura.

No está siempre acusando

ni guarda rencor perpetuo.

No nos trata como merecen nuestros pecados

ni nos paga según nuestras culpas.

Como se levanta el cielo sobre la tierra,

se levanta su bondad sobre sus fieles;

como dista el oriente del ocaso,

así aleja de nosotros nuestros delitos.

Travesía contra corriente

ESTA EN CORRECCIÓN, PERDONAD LAS FALTAS DE TAQUIGRAFÍA. LA PARTE FINAL DEL TEXTO LA HA MODIFICADO EL PROGRAMA, LOS ESQUEMAS SE HAN CAMBIADO

CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 8, 35.37-39

CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 8, 35.37-39

“¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto venceremos fácilmente por Aquél que nos ha amado”

La experiencia de Pablo de Tarso parte del propio sufrimiento, es decir, no habla él desde la mística o la sabiduría adquirida en los libros. Su proclamación nace de lo más profundo de sí mismo, de haber visto cómo a lo largo de su vida Cristo ha estado presente en todo momento, cómo Cristo ha sido la fuerza que le ha dado un sentido nuevo a su existencia. No nos dice: ¿Quién puede apartarnos de la tradición?, o ¿quién puede apartarnos de la teoría?; lejos de eso él dice: ¿Quién puede apartarnos del Amor de Dios? El Amor de Dios, esa es la clave. La fe cristiana no se basa en formulismos prescritos, ni en teorías teológicas, ni tan siquiera en doctrinas eclesiales; todo ello viene en ayuda a la fe, pero ésta parte de ese maravilloso encuentro personal con Cristo vivo y resucitado, un encuentro que es real cuando su efecto primero es el Amor; un encuentro que es real cuando es capaz de transformar la vida desde dentro y hacer, entonces, de las teorías teológicas y las doctrinas eclesiales una ayuda para mantener viva la llama de la fe.

Nada ni nadie puede separarnos de ese Amor de Dios, salvo que nosotros queramos ser separados. El “yo” personalista y egoísta nos puede separar del Amor de Dios cuando nos hace convertirnos a nosotros mismos en puro Dios. El “yo” del evangelio es bien distinto: es el del crucificado, capaz de entregar su vida por los demás, por la justicia, por la Verdad y sobre todo, por Amor.

Otro de los factores que nos separan del Amor de Dios son los demás: cuando entramos en la rueda de la sinrazón. La fe es atacada constantemente, y muy a menudo nos preguntan por la existencia de Dios o por qué creemos. Muchas veces quien lo pregunta no espera nuestra respuesta, ni tan siquiera nos escucha, sino que busca argumentos para desmontar nuestra creencia y demostrarnos que es absurda y ridícula. Pero el error está en el punto de partida: ¿por qué tengo yo que demostrarte que Dios existe? ¿Si tanto interés tienes, demuéstrame tú a mí que no existe?, demuéstrame que eres capaz de vivir tu existencia como algo abocado al abismo de la nada, que puedes pasar los días de tu vida sin esperanza y dejando de lado cualquier cosa que no puedas demostrar. Los demás pueden apartarnos del amor de Dios o sumarse al amor de Dios, todo depende de que tu “Cruzada” esté capitaneada por la espada o por los brazos abiertos del que acoge por encima de diferencias de fe. Al que no cree: dale amor, no razones. El que no cree no es tu enemigo, es tu hermano. Quien no cree no es un desdichado, es una persona en búsqueda de algo que de sentido a su vida.

Otro de los factores que nos aleja del Amor de Dios es la Iglesia. Algunos diréis que acabo de decir una herejía o algo así, pero nada más lejos de la realidad: la iglesia nos aleja del amor de Dios cuando no es como nosotros queremos que sea, es decir, cuando la Iglesia de Jesucristo (con sus virtudes y fallos) no entra en nuestro esquema personalista y queremos que sea según nuestros parámetros, en el fondo se trata de querer que la Iglesia sea como yo quiero que sea, olvidando que es entonces cuando se convierte en otra cosa distinta a la Iglesia de Jesucristo, porque pasa a ser algo individualista que sólo busca sus adeptos acoplando el Mensaje a razón individual de cada uno, eso sí es lo que hacen las sectas y valgan como ejemplo de ello los Testigos de Jehová, quienes cambian su mensaje y su doctrina según la circunstancia de los tiempos y la comodidad y número de sus fieles. Nunca he terminado de comprender a aquellas personas que alardean de no creer y, en cambio, se pasan la vida intentando demostrar que la Iglesia es una gran mentira. Yo cuando no creo en algo, simplemente me es indiferente. Es fácil culpar a la Iglesia de todo, pero más fácil es olvidar que la Iglesia no es algo etéreo, sino cada uno de sus componentes. Jesús no dice a sus discípulos: que la Iglesia se encargue de acabar con el hambre en el mundo, que la Iglesia sea quien acabe con la injusticia. Lejos de eso Jesús dice a sus discípulos: dadles vosotros de comer, buscad la justicia. ¿Por qué ese empeño en culpar a la Iglesia de todos los males? ¿De buscar en la institución la justificación del mal de algunos de sus miembros? Eso sí que nos separa del amor de Dios, querer hacer una iglesia a nuestra medida, donde lo que yo pienso es la verdad absoluta y no hay mayor posibilidad de encuentro. Cuando alguien es injusto lo es él, no sus padres, hijos o hermanos. Muchas veces quien sólo ve en la Iglesia el mal, busca justificar así su pasividad y su propia acción mala.

El Amor de Dios trasciende todo esto y es mucho más sencillo: “dadle vosotros de comer”, busca qué puedes hacer tú ante la injusticia y olvida un poco porque los demás no lo hacen para que ello te sirva como escudo de tu pasividad. El amor de Dios es tan sencillo como querer sentirlo y tan complicado como dejarse amar por Dios y reconocer que no eres Dios.

“Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”

“Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”

Libro de los Reyes 3, 5. 7-12/Carta de San Pablo a los Romanos 8, 28-30/Evangelio de Mateo 13, 44- 52

“Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”

Una gran verdad. Los que aman a Dios todo les sirve para el bien, incluso en las ocasiones en que no entendemos muchas cosas. Fiarse de Dios es precisamente eso: buscar el bien en todos los acontecimientos de la vida. La persona pesimista ve siempre los problemas en todo lo que le sucede. La persona optimista ve siempre la parte positiva. Yo soy de los que piensan que es tan imprudente una cosa como otra. Tan osado me parece verlo todo negro como verlo todo de color de rosa. Creo que es necesario tener los pies puestos en la tierra y la mirada en el cielo. Afrontar los problemas como vienen sin eludirlos, tomando las decisiones que haya que tomar en cada momento, sin falsos optimismos ni destructores pesimismos. Sin duda creer en Dios es algo fabuloso; algunos creen que es como un bálsamo mágico para no hacer nada ante las situaciones. Otros piensan que es una pasividad de aceptación de la voluntad de un ser superior que dista mucho del Dios de Jesucristo. El hombre de la parábola que encuentra la perla preciosa no se queda contemplándola sin más, esperando a que ella haga algo; si lo hace es muy probable que venga otro y se la lleve. Lejos de eso, el que ha encontrado la perla preciosa toma opciones determinadas de qué hacer con ella,  porque la perla no ha sido dejada sin más para ser contemplada, sino para una finalidad concreta que es necesario descubrir y actualizar. Por supuesto, el Reino de Dios no es para nada un reino de optimistas, y mucho menos un reino de pesimistas. Es un Reino de hijos y hermanos en acción, un Reino en el que uno se pregunta para que he sido llevado a descubrir esa perla preciosa. En el que se tiene conciencia de haber sido “escogido” (como dice san Pablo en la carta a los Romanos) para darle una utilidad a la perla preciosa de la propia existencia y del descubrimiento del Evangelio como manual de instrucciones de ese descubrimiento. Muchas veces me he preguntado cuál es esa perla en mí, y sin duda el problema no ha estado en la pregunta sino en quedarme contemplando la perla sin hacer nada y simplemente preguntándome.  Para los que creemos en los valores fundamentales del evangelio la perla es la íntima unión con Aquel que nos da el aliento de vida necesario para poder vivir cada coyuntura como un regalo, como un descubrimiento de la felicidad que va más allá de las vanas “utilidades” que el mundo busca a todo. Sacar del arca lo nuevo y lo viejo consiste en no parar nunca de escuchar e interiorizar la Palabra convertida en Perla preciosa, haciendo de la propia existencia un camino de futuro en el presente desde la historia personal pasada. Nadie, sólo Dios, puede juzgar nuestras acciones cuando estas están conformes a la conciencia y a la buena voluntad de los que buscan la Realización de Reino de Dios. Es fácil juzgar a los demás, creernos dueños y señores de sus historias y jueces de sus acciones; pero olvidamos algo fundamental: “el juicio que uséis con los demás, será usado con vosotros”. En el libro de los Reyes Salomón hace una petición a Dios: “dame un corazón dócil”. Y Dios le contesta: “Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti”. La respuesta de Dios sigue siendo hoy la misma: te doy un corazón sabio e inteligente, ¿para qué? Para que sepamos qué hacer con esa perla preciosa que él mismo nos ha puesto delante. ¿Buscas la felicidad? En el discernimiento para escuchar la encontrarás. En la Sabiduría de la perla preciosa la hallaras. En la búsqueda de la auténtica realización del Reino de Dios la descubrirás.

El espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad

El espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad

Son muchas las ocasiones a lo largo de nuestra vida en que nos sentimos débiles, cansados, decaídos, agobiados, y una larga lista de sensaciones que nos hacen pensar que la soledad es el estado real de nuestra existencia. Creemos que no necesitamos de nadie ni de nada, es más, que nadie nos necesita a nosotros. Estos sentimientos no forman parte de nosotros realmente, sino que emanan en circunstancias concretas y en realidades de dificultad. Y es normal, pues ¿acaso somos superhéroes que pueden con todo?, ¿somos seres insensibles a los que les da igual todo? ¿somos hombres y mujeres ajenos al mundo que nos rodea?. Evidentemente no. Somos seres sensibles y vivimos en sociedad, es más, vivimos en una sociedad que muchas veces no nos gusta nada pero que es la que nosotros mismos nos hemos creado. El egoísmo es la principal puerta de entrada de todos estos sentimientos, pues es precisamente el egoísmo quien nos lleva a pensar y sentir que la debilidad no tiene cabida en nuestro día a día. El principal veneno de la fe es el egoísmo: sentir que somos dioses, dejar de lado a Dios y pensar que los demás han de respetarnos y necesitarnos como su Dios.

            El verdadero Dios, Jesús de Nazaret, nos enseña todo lo contrario, no indica que hay que buscar la grandeza en lo sencillo y lo pequeño. Nos da ejemplo de cómo haciéndose uno de nosotros y viviendo en nuestra realidad puede incluso sentir nuestra propia debilidad. No podemos olvidar nunca lo hermoso del hijo necesitado del padre y de la madre, de su cuidado y de su protección. Lo profundo de una semilla insignificante que se convertirá en fruto que sacia el hambre del estómago vacío.

            La soledad de Dios es un sentimiento real que podemos tener, pero esa soledad es el fruto de la compañía, sólo puede sentirse solo quien se ha sentido acompañado. Nada hemos de temer cuando sentidos a Dios lejano, nada, porque esa misma fe que nos hace sentirlo así se transformará, si queremos, en Espíritu que lo transforma todo, que todo lo hace nuevo, que nos hará sentir como niños recién nacidos en brazos de sus padres: Fuera de ti, no hay otro dios”, nos dice el libro de la Sabiduría, porque en Él está la esencia misma de la felicidad, la semilla del Reino como realidad. El Reino de Dios no es algo lejano, no es algo utópico; el Reino de Dios es Dios en tí y en mí. La justicia humana dista mucho de ser perfecta, la justicia divina es paciente y su vision no es miope como la nuestra, sino complete y global.

¿Cómo es possible el Reino de Dios?

Cerrando la puerta del egoismo.

Abriendo la puerta del Amor.

Segando la cizaña que crece.

Cuidando la semilla del Amor.

Asumiendo la debilidad.

Creyendo en la Fortaleza del Amor.

Olvidando la lejanía de Dios.

Sintiendo la presencia de su Espíritu de Amor.

            Trabajar por el Reino de Dios no es una illusion, es una urgencia y una necesida; pero cuidado: trabajar por el Reino de Dios, no por crear nuestro propio reino a nuestra medida. Deja penetrar el Espíritu en Tí y Él lo hará todo nuevo surgiendo así la verdadera realidad del Reino de Dios.

Parábola de la semilla

Biografía de la Madre Teresa

Nadie queda indiferente ante esta obra

Corpus Christi

“Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo” Jn. 3, 16-18

“Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo” Jn. 3, 16-18

Jesucristo no es juez del mundo. Así lo dice el evangelista Juan, y lo afirma la experiencia misma de aquellos que vivieron junto a Él. No juzga a Pedro por su traición, ni a Tomás por su falta de fe, ni a la prostituta que iba a ser lapidada. Y Jesús no juzga al mundo porque es precisamente juez. El juez humano condena según la objetividad de unas pruebas, atendiendo a unos testimonios concretos; no puede hacerlo de otra manera, pues sólo puede juzgar lo que ve y oye. Jesucristo conoce hasta lo más profundo de cada uno de nosotros, por eso no juzga al mundo, sino que en la eternidad de Dios Padre y en la fuerza del Espíritu dota al ser humano de la libertad plena y de la propia conciencia, ellas son las que juzgan como consecuencia de uso de ellas mismas. La conciencia es, como sabemos, la voz de Dios en el hombre. Por tanto Dios está presente en nuestro pensamiento y nuestra acción, pero no como director, sino como pastor que guía. Jesucristo se presenta a sí mismo como el Buen Pastor, y no puede ser de otra manera. El buen pastor no juzga ni condena a sus ovejas sino que está preparado en todo momento para volver a unirlas al rebaño por mucho que se hayan alejado.

La fiesta de la Trinidad nos presenta a un Dios hecho hombre en el Espíritu. Qué gran misterio y que gran alegría. Lejos del dios de Israel, de Egipto, de Buda, de Alá, el dios Trinitario vive cada segundo y cada instante del ser humano. No lo observa desde lo alto para premiar o condenar, sino que desciende para caminar junto a él. Sin duda alguna, no puede juzgar, pues conoce hasta lo más intimo de cada uno de nosotros y sabe, casi siempre, que nuestras acciones responden a un por qué. Qué juicio más maravilloso el de Dios: el juicio del Amor. ¿Qué madre puede condenar a su hijo? ¿Qué padre desea el mal a su hijo? La Trinidad es el misterio de Amor, en palabra del gran Papa Pablo VI: el misterio de un Dios Padre que ama con corazón de Madre.

Cada uno de nosotros, estamos llamados a ser Trinidad. A no juzgar, a que nuestro juicio pase siempre por el filtro del Amor y del perdón. En definitiva: a escuchar la voz de Dios Padre en la Conciencia para, mediante la fuerza de Dios Espíritu Santo poder vivir y actuar como Dios Hijo. ¿Cómo? No olvidando las palabras de Mt. 14, 22-33: “Ánimo, no tengas miedo, soy Yo”.

Y en Pentecostés, el inicio.

Y en Pentecostés, el inicio.
 

Y en Pentecostés, el inicio. Si tenemos que marcar un comienzo de la Iglesia, lo encontramos en el día de Pentecostés. Es ese día cuando los apóstoles llevan a la realidad el deseo e inspiración de Jesucristo: una Iglesia, es decir: una unión, congregación, reunión, de aquellos que desean hacer vida auténtica su mensaje, su testimonio y su presencia real. Desde aquel momento, la iglesia se ha visto llamada a vivir como Cristo vive, sin olvidar sus errores, sus fracasos y sus infidelidades. Toda la historia de la Iglesia nos enseña que este misterio nacido de Pentecostés es un misterio que trasciendo toda intención humana, es más, que la supera. Cristo vive en su Iglesia y su Iglesia en todos los hombres y mujeres de buena voluntad. La sombra del mal aparece cada vez que encerramos al Espíritu en el trastero de nuestro corazón y nuestra conciencia. Es entonces cuando surge el mal. Una de las misiones más importantes de la Iglesia es ser voz profética que abra las puertas de ese tratero interior para que el Espíritu sea liberado y, con plena confianza, pueda guiar y orientar nuestra vida. Pentecostés no es sólo el nacimiento de la Iglesia, es también el nacimiento de la vida nueva, constante y renovable en Cristo vivo y Resucitado.

Corpus Christi

Corpus Christi

Un cuerpo y una sangre. Hasta aquí nada innovador, simplemente uno más que derrama su sangre y cuyo cuerpo no tiene vida. La vida pasa sin mayor sentido para algunos; para otros pasa anclada en recuerdos, sin dar paso al presente o abrir la mirada al futuro. Pero la sangre que ahora celebramos no es una sangre cualquiera. Se trata de un cuerpo que nos habla y nos da un mensaje: yo estaré con vosotros; un sangre que clama diciendo: soy derramada por vosotros. Para el cristiano el cuerpo y la sangre de Cristo es algo más, es un camino y una esperanza. “Comemos” el cuerpo de Cristo porque es vida. “Bebemos” la sangre de Cristo porque es eternidad. Sin duda, se trata de una de las fiestas más importantes de nuestra fe, es el centro y el núcleo de lo que creemos y de lo que esperamos. La vida cobra un sentido nuevo cuando nos acercamos a ese cuerpo y a esa sangre, con ello nuestra existencia es esperanza, es proclamar que la muerte no es el final de nada, sino el comienzo de todo. La vida eterna, de la que tanto hablamos, es eso: su cuerpo y su sangre. Cristo no condena, salva. Cristo no nos abandona, es presencia verdadera y continua. Cristo no es historia, es la Historia de la Salvación. Si realmente creemos que su mensaje es de Amor y su Palabra de Esperanza, no podemos vivir sin su presencia. Y esta presencia se hace absolutamente real en la Eucaristía. La palabra Eucaristía significa “Buena Nueva”; Corpus Christi significa la paz verdadera en la confianza plena de su mensaje y la Esperanza de su eterna presencia en el corazón de cada uno de nosotros y de cada uno de los otros. ¿Se puede ser seguidor de Cristo y no participar de su Cuerpo y de su Sangre?

Normae de gravioribus delictis

Normae de gravioribus delictis

Primera Parte

NORMAS SUSTANCIALES

Art. 1

§1. La Congregación para la Doctrina de la Fe, a tenor del art. 52 de la Constitución Apostólica Pastor Bonus, juzga los delitos contra la fe y los delitos más graves cometidos contra la moral o en la celebración de los sacramentos y, en caso necesario, procede a declarar o imponer sanciones canónicas a tenor del derecho, tanto común como propio, sin perjuicio de la competencia de la Penitenciaría Apostólica y sin perjuicio de lo que se prescribe en la Agendi ratio in doctrinarum examine.

§ 2. En los delitos de los que se trata en el § 1, por mandato del Romano Pontífice, la Congregación para la Doctrina de la Fe tiene el derecho de juzgar a los Padres Cardenales, a los Patriarcas, a los legados de la Sede Apostólica, a los Obispos y, asimismo, a las otras personas físicas de que se trata en el can. 1405 § 3 del Código de Derecho Canónico y en el can. 1061 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales.

§ 3. La Congregación para la Doctrina de la Fe juzga los delitos reservados de los que se trata en el § 1 a tenor de los siguientes artículos.

Art. 2

§ 1. Los delitos contra la fe, de los que se trata en el art. 1, son herejía, cisma y apostasía, a tenor de los cann. 751 y 1364 del Código de Derecho Canónico y de los cann. 1436 y 1437 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales.

§ 2. En los casos de que se trata en el § 1, a tenor del derecho, compete al Ordinario o al Jerarca remitir, en caso necesario, la excomunión latae sententiae, y realizar el proceso judicial de primera instancia o actuar por decreto extra judicial sin perjuicio del derecho de apelar o de presentar recurso a la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Art. 3

§ 1. Los delitos más graves contra la santidad del augustísimo Sacrificio y sacramento de la Eucaristía reservados al juicio de la Congregación para la Doctrina de la Fe son:

1º Llevarse o retener con una finalidad sacrílega, o profanar las especies consagradas, de que se trata en el can. 1367 del Código de Derecho Canónico y en el can. 1442 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales;

2º Atentar la acción litúrgica del Sacrificio Eucarístico, de que se trata en el can. 1378 § 2 n.1 del Código de Derecho Canónico;

3º La simulación de la acción litúrgica del Sacrificio Eucarístico de la que se trata en el can. 1379 del Código de Derecho Canónico y en el can. 1443 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales;

4º La concelebración del Sacrificio Eucarístico prohibida por el can. 908 del Código de Derecho Canónico y por el can. 702 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales, de la que se trata en el can. 1365 del Código de Derecho Canónico y en el can. 1440 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales, con ministros de las comunidades eclesiales que no tienen la sucesión apostólica y no reconocen la dignidad sacramental de la ordenación sacerdotal.

§ 2. Está reservado también a la Congregación para la Doctrina de la Fe el delito que consiste en la consagración con una finalidad sacrílega de una sola materia o de ambas en la celebración eucarística o fuera de ella. Quien cometa este delito sea castigado según la gravedad del crimen, sin excluir la dimisión o deposición.

Art. 4

§ 1. Los delitos más graves contra la santidad del Sacramento de la Penitencia reservados al juicio de la Congregación para la Doctrina de la Fe son:

1º La absolución del cómplice en un pecado contra el sexto mandamiento del Decálogo del que se trata en el can. 1378 § 1 del Código de Derecho Canónico y en el can. 1457 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales;

2º La atentada absolución sacramental o la escucha prohibida de la confesión de las que se trata en el can. 1378 § 2, 2º Código de Derecho Canónico;

3º La simulación de la absolución sacramental de la que se trata en el can. 1379 del Código de Derecho Canónico y en el can. 1443 Código de Cánones de las Iglesias Orientales;

4º La solicitación a un pecado contra el sexto mandamiento del Decálogo durante la confesión o con ocasión o con pretexto de ella, de la que se trata en el can. 1387 del Código de Derecho Canónico y en el can. 1458 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales, si tal solicitación se dirige a pecar con el mismo confesor;

5º La violación directa e indirecta del sigilo sacramental, de la que se trata en el can. 1388 § 1 del Código de Derecho Canónico y en el 1456 § 1 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales.

§ 2. Sin perjuicio de lo dispuesto en el § 1 n.5, se reserva también a la Congregación para la Doctrina de la Fe el delito más grave consistente en la grabación hecha con cualquier medio técnico, o en la divulgación con malicia en los medios de comunicación social, de las cosas dichas por el confesor o por el penitente en la confesión sacramental verdadera o fingida. Quien comete este delito debe ser castigado según la gravedad del crimen, sin excluir la dimisión o la deposición, si es un clérigo.

Art. 5

A la Congregación para la Doctrina de la Fe se reserva también el delito más grave de la atentada ordenación sagrada de una mujer:

1º Quedando a salvo cuanto prescrito por el can. 1378 del Código de Derecho Canónico, cualquiera que atente conferir el orden sagrado a una mujer, así como la mujer que atente recibir el orden sagrado, incurre en la excomunión latae sententiae reservada a la Sede Apostólica;

2º Si quien atentase conferir el orden sagrado a una mujer o la mujer que atentase recibir el orden sagrado fuese un fiel cristiano sujeto al Código de Cánones de las Iglesias Orientales, sin perjuicio de lo que se prescribe en el can. 1443 de dicho Código, sea castigado con la excomunión mayor, cuya remisión se reserva también a la Sede Apostólica;

3º Si el reo es un clérigo, puede ser castigado con la dimisión o la deposición.

Art. 6

§ 1. Los delitos más graves contra la moral, reservados al juicio de la Congregación para la Doctrina de la Fe, son:

1º El delito contra el sexto mandamiento del Decálogo cometido por un clérigo con un menor de 18 años. En este número se equipara al menor la persona que habitualmente tiene un uso imperfecto de la razón;

2º La adquisición, retención o divulgación, con un fin libidinoso, de imágenes pornográficas de menores, de edad inferior a 14 años por parte de un clérigo en cualquier forma y con cualquier instrumento.

§ 2. El clérigo que comete los delitos de los que se trata en el § 1 debe ser castigado según la gravedad del crimen, sin excluir la dimisión o la deposición.

Art. 7

§ 1. Sin perjuicio del derecho de la Congregación para la Doctrina de la Fe de derogar la prescripción para casos singulares la acción criminal relativa a los delitos reservados a la Congregación para la Doctrina de la Fe se extingue por prescripción en 20 años.

§ 2. La prescripción inicia a tenor del can. 1362 § 2 del Código de Derecho Canónico y del can. 1152 § 3 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales. Sin embargo, en el delito del que se trata en el art. 6 § 1 n. 1, la prescripción comienza a correr desde el día en que el menor cumple 18 años.

 

Segunda Parte NORMAS PROCESALES Constitución y competencia del tribunal

Art. 8

§ 1. La Congregación para la Doctrina de la Fe es el supremo tribunal apostólico para la Iglesia latina, así como también para las Iglesias Orientales Católicas, para juzgar los delitos definidos en los artículos precedentes.

§ 2. Este Supremo Tribunal juzga también otros delitos, de los cuales el reo es acusado por el Promotor de Justicia, en razón de la conexión de las personas y de la complicidad.

§ 3. Las sentencias de este Supremo Tribunal, emitidas en los límites de su propia competencia, no son sujetas a la aprobación del Sumo Pontífice.

Art. 9

§ 1. Los jueces de este supremo tribunal son, por derecho propio, los Padres de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

§ 2. Preside el colegio de los Padres, como primero entre iguales, el Prefecto de la Congregación y, en caso de que el cargo de Perfecto esté vacante o el mismo prefecto esté impedido, su oficio lo cumple el Secretario de la Congregación.

§ 3. Es competencia del Prefecto de la Congregación nombrar también otros jueces estables o delegados.

Art. 10

Es necesario que los jueces nombrados sean sacerdotes de edad madura, con doctorado en derecho canónico, de buenas costumbres y de reconocida prudencia y experiencia jurídica, aun en el caso de que ejerciten contemporáneamente el oficio de juez o de consultor de otro dicasterio de la curia romana.

Art. 11

Para presenta y sostener la acusación se constituye un promotor de justicia que debe ser sacerdote, con doctorado en derecho canónico, de buenas costumbres y de reconocida prudencia y experiencia jurídica, que cumpla su oficio en todos los grados del juicio.

Art. 12

Para el cargo de notario y de canciller se pueden designar tanto sacerdotes oficiales de esta Congregación como externos.

Art. 13

Funge de Abogado y Procurador un sacerdote, doctorado en derecho canónico, aprobado por el Presidente del colegio.

Art. 14

En los otros tribunales, sin embargo, para las causas de las que tratan las presentes normas, pueden desempeñar válidamente los oficios de Juez, Promotor de Justicia, Notario y Patrono solamente sacerdotes.

Art. 15

Sin perjuicio de lo prescrito por el can. 1421 del Código de Derecho Canónico y por el can. 1087 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales, la Congregación para la Doctrina de la Fe puede conceder la dispensa del requisito del sacerdocio y también del requisito del doctorado en derecho canónico.

Art. 16

Cada vez que el Ordinario o el Jerarca reciba una noticia al menos verosímil de un delito más grave hecha la investigación previa, preséntela a la Congregación de la Doctrina de la Fe, la cual, si no avoca a sí misma la causa por circunstancias particulares, ordenará al Ordinario o al Jerarca proceder ulteriormente, sin perjuicio, en su caso, del derecho de apelar contra la sentencia de primer grado sólo al Supremo Tribunal de la misma Congregación.

Art. 17

Si el caso se lleva directamente a la Congregación sin haberse realizado la investigación previa, los preliminares del proceso, que por derecho común competen al ordinario o al Jerarca, pueden ser realizados por la misma Congregación.

Art. 18

La Congregación para la Doctrina de la Fe, en los casos legítimamente presentados a ella, puede sanar los actos, salvando el derecho a la defensa, si fueron violadas leyes meramente procesales por parte de Tribunales inferiores que actúan por mandato de la misma Congregación o según el art. 16.

Art. 19

Sin perjuicio del derecho del Ordinario o del Jerarca de imponer cuanto se establece en el can. 1722 del Código de Derecho Canónico o en el can. 1473 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales, desde el inicio de la investigación previa, también el Presidente de turno del Tribunal a instancia del Promotor de Justicia, posee la misma potestad bajo las mismas condiciones determinadas en dichos cánones.

Art. 20

El Supremo Tribunal de la Congregación para la Doctrina de la Fe juzga en segunda instancia:

1º Las causas juzgadas en primera instancia por los Tribunales inferiores;

2º Las causas definidas en primera instancia por el mismo Supremo Tribunal Apostólico.

Título II

El orden judicial

Art. 21

§ 1. Los delitos más graves reservados a la Congregación para la Doctrina de la Fe se persiguen en un proceso judicial.

§ 2. No obstante, la Congregación para la Doctrina de la Fe puede:

1º en ciertos casos, de oficio o a instancia del Ordinario o del Jerarca, decidir que se proceda por decreto extrajudicial del que trata el can. 1720 del Código de Derecho Canónico y el can. 1486 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales; esto, sin embargo, con la mente de que las penas expiatorias perpetuas sean irrogadas solamente con mandato de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

2º presentar directamente casos gravísimos a la decisión del Sumo Pontífice en vista de la dimisión del estado clerical o la deposición junto con la dispensa de la ley del celibato, siempre que conste de modo manifiesto la comisión del delito y después de que se haya dado al reo la facultad de defenderse.

Art. 22

El Prefecto constituya un Turno de tres o de cinco jueces para juzgar una causa.

Art. 23

Si, en grado de apelación, el Promotor de Justicia presenta una acusación específicamente diversa, este Supremo Tribunal puede, como en la primera instancia, admitirla y juzgarla.

Art. 24

§ 1. En las causas por los delitos de los que se trata en el art. 4 § 1, el Tribunal no puede dar a conocer el nombre del denunciante ni al acusado ni a su Patrono si el denunciante no ha dado expresamente su consentimiento.

§ 2. El mismo Tribunal debe evaluar con particular atención la credibilidad del denunciante.

§ 3. Sin embargo es necesario advertir que debe evitarse absolutamente cualquier peligro de violación del sigilo sacramental.

Art. 25

Si surge una cuestión incidental, defina el Colegio la cosa por decreto con la máxima prontitud.

Art. 26

§ 1. Sin perjuicio del derecho de apelar a este Supremo Tribunal, terminada de cualquier forma la instancia en otro Tribunal, todos los actos de la causa sean cuanto antes trasmitidos de oficio a la Congregación para la Doctrina de la Fe.

§ 2. Para el Promotor de Justicia de la Congregación, el derecho de impugnar una sentencia comienza a partir del día en que la sentencia de primera instancia es dada a conocer al mismo Promotor.

Art. 27

Contra los actos administrativos singulares emanados o aprobados por la Congregación para la Doctrina de la Fe en los casos de delitos reservados, se admite el recurso, presentado en un plazo perentorio de sesenta días útiles, a la Congregación Ordinaria del mismo Dicasterio, o Feria IV, la cual juzga la sustancia y la legitimidad, eliminado cualquier recurso ulterior del que se trata en el art. 123 de la Constitución Apostólica Pastor Bonus.

Art. 28

Se tiene cosa juzgada:

1º si la sentencia ha sido emanada en segunda instancia;

2º si la apelación contra la sentencia no ha sido interpuesta dentro del plazo de un mes;

3º si, en grado de apelación, la instancia caducó o se renunció a ella;

4º si fue emanada una sentencia a tenor del art. 20.

Art. 29

§ 1. Las costas judiciales sean pagadas según lo establezca la sentencia.

§ 2. Si el reo no puede pagar las costas, éstas sean pagadas por el Ordinario o Jerarca de la causa.

Art. 30

§ 1. Las causas de este género están sujetas al secreto pontificio.

§ 2. Quien viola el secreto o, por dolo o negligencia grave, provoca otro daño al acusado o a los testigos, a instancia de la parte afectada o de oficio, sea castigado por el Turno Superior con una pena adecuada.

Art. 31

En estas causas junto a las prescripciones de estas normas, a las cuales están obligados todos los tribunales de la Iglesia latina y de las Iglesias Orientales Católicas, se deben aplicar también los cánones sobre los delitos y las penas, y sobre el proceso penal de uno y de otro Código.

Jerusalen en tiempos de Jesús

Los cristianos rezamos todos los días, si no sabes cómo hacerlo, esto te puede ayudar:

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La Santa Sede exige a los obispos que lleven a los tribunales a los sacerdotes acusados de abusos

La Santa Sede exige a los obispos que lleven a los tribunales a los sacerdotes acusados de abusos

 CARTA CIRCULAR

Subsidio para las Conferencias Episcopales en la preparación de Líneas Guía

para tratar los casos de abuso sexual de menores por parte del clero

 

Entre las importantes responsabilidades del Obispo diocesano para asegurar el bien común de los fieles y, especialmente, la protección de los niños y de los jóvenes, está el deber de dar una respuesta adecuada a los eventuales casos de abuso sexual de menores cometidos en su Diócesis por parte del clero. Dicha respuesta conlleva instituir procedimientos adecuados tanto para asistir a las víctimas de tales abusos como para la formación de la comunidad eclesial en vista de la protección de los menores. En ella se deberá implementar la aplicación del derecho canónico en la materia y, al mismo tiempo, se deberán tener en cuenta las disposiciones de las leyes civiles.

I. Aspectos generales

a) Las víctimas del abuso sexual

La Iglesia, en la persona del Obispo o de un delegado suyo, debe estar dispuesta a escuchar a las víctimas y a sus familiares y a esforzarse en asistirles espiritual y psicológicamente. El Santo Padre Benedicto XVI, en el curso de sus viajes apostólicos, ha sido particularmente ejemplar con su disponibilidad a encontrarse y a escuchar a las víctimas de abusos sexuales. En ocasión de estos encuentros, el Santo Padre ha querido dirigirse a ellas con palabras de compasión y de apoyo, como en la Carta Pastoral a los católicos de Irlanda (n.6): "Habéis sufrido inmensamente y me apesadumbra tanto. Sé que nada puede borrar el mal que habéis soportado. Vuestra confianza ha sido traicionada y violada vuestra dignidad".

b) La protección de los menores

En algunas naciones se han comenzado, en el ámbito eclesial, programas educativos de prevención para propiciar "ambientes seguros" para los menores. Tales programas buscan ayudar a los padres, a los agentes de pastoral y a los empleados escolares a reconocer indicios de abuso sexual y a adoptar medidas adecuadas. Estos programas a menudo han sido reconocidos como modelos en el esfuerzo por eliminar los casos de abuso sexual de menores en la sociedad actual.

c) La formación de futuros sacerdotes y religiosos

En el año 2002, Juan Pablo II dijo: "no hay sitio en el sacerdocio o en la vida religiosa para los que dañen a los jóvenes" (cf. Discurso a los Cardenales Americanos, 23 de abril de 2002, n. 3). Estas palabras evocan la específica responsabilidad de los Obispos, de los Superiores Mayores y de aquellos que son responsables de la formación de los futuros sacerdotes y religiosos. Las indicaciones que aporta la Exhortación Pastores dabo vobis, así como las instrucciones de los competentes Dicasterios de la Santa Sede, adquieren todavía mayor importancia en vista de un correcto discernimiento vocacional y de la formación humana y espiritual de los candidatos. En particular, debe buscarse que éstos aprecien la castidad, el celibato y las responsabilidades del clérigo relativas a la paternidad espiritual. En la formación debe asegurarse que los candidatos aprecien y conozcan la disciplina de la Iglesia sobre el tema. Otras indicaciones específicas podrán ser añadidas en los planes formativos de los Seminarios y casas de formación por medio de las respectivas Ratio Institutionis sacerdotalis de cada nación, Instituto de Vida consagrada o Sociedad de Vida apostólica.

Se debe dar particular atención al necesario intercambio de información sobre los candidatos al sacerdocio o a la vida religiosa que se trasladan de un seminario a otro, de una Diócesis a otra, o de un Instituto religioso a una Diócesis.

d) El acompañamiento a los sacerdotes

1. El Obispo tiene obligación de tratar a sus sacerdotes como padre y hermano. Debe cuidar también con especial atención la formación permanente del clero, particularmente en los primeros años después de la ordenación, valorizando la importancia de la oración y de la fraternidad sacerdotal. Los presbíteros deben ser advertidos del daño causado por un sacerdote a una víctima de abuso sexual, de su responsabilidad ante la normativa canónica y la civil y de los posibles indicios para reconocer posibles abusos sexuales de menores cometidos por cualquier persona.

2. Al recibir las denuncias de posibles casos de abuso sexual de menores, los Obispos deberán asegurar que sean tratados según la disciplina canónica y civil, respetando los derechos de todas las partes.

3. El sacerdote acusado goza de la presunción de inocencia, hasta prueba contraria. No obstante, el Obispo en cualquier momento puede limitar de modo cautelar el ejercicio de su ministerio, en espera que las acusaciones sean clarificadas. Si fuera el caso, se hará todo lo necesario para restablecer la buena fama del sacerdote que haya sido acusado injustamente.

e) La cooperación con la autoridad civil:

El abuso sexual de menores no es sólo un delito canónico, sino también un crimen perseguido por la autoridad civil. Si bien las relaciones con la autoridad civil difieran en los diversos países, es importante cooperar en el ámbito de las respectivas competencias. En particular, sin prejuicio del foro interno o sacramental, siempre se siguen las prescripciones de las leyes civiles en lo referente a remitir los delitos a las legítimas autoridades. Naturalmente, esta colaboración no se refiere sólo a los casos de abuso sexual cometido por clérigos, sino también a aquellos casos de abuso en los que estuviera implicado el personal religioso o laico que coopera en las estructuras eclesiásticas.

 II. Breve exposición de la legislación canónica en vigor con relación al delito de abuso sexual de menores cometido por un clérigo:

El 30 de abril de 2001 Juan Pablo II promulgó el motu proprio Sacramentorum sanctitatis tutela [SST], en el que el abuso sexual de un menor de 18 años cometido por un clérigo ha sido añadido al elenco de los delicta graviora reservados a la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF). La prescripción para este delito se estableció en 10 años a partir del cumplimiento del 18º año de edad de la víctima. La normativa del motu propio es válida para clérigos latinos y orientales, ya sean del clero diocesano, ya del clero religioso.

En el 2003, el entonces Prefecto de la CDF, el Cardenal Ratzinger, obtuvo de Juan Pablo II la concesión de algunas prerrogativas especiales para ofrecer mayor flexibilidad en los procedimientos penales para los delicta graviora, entre las cuales, la aplicación del proceso penal administrativo y la petición de la dimisión ex officio en los caos más graves. Estas prerrogativas fueron integradas en la revisión del motu proprio aprobada por el Santo Padre Benedicto XVI el 21 de mayo de 2010. En las nuevas normas, la prescripción es de 20 años, que en el caso de abuso de menores se calcula desde el momento en el que la víctima haya cumplido los 18 años de edad. La CDF puede eventualmente derogar la prescripción para casos particulares. Asimismo, queda especificado como delito canónico la adquisición, posesión o divulgación de material pedo-pornográfico.

La responsabilidad para tratar los casos de abuso sexual de menores compete en primer lugar a los Obispos o a los Superiores Mayores. Si la acusación es verosímil, el Obispo, el Superior Mayor o un delegado suyo deben iniciar una investigación previa como indica el CIC, can. 1717; el CCEO, can. 1468 y el Sst, art. 16.

Si la acusación se considera verosímil, el caso debe ser enviado a la CDF. Una vez estudiado el caso, la CDF indicará al Obispo o al Superior Mayor los ulteriores pasos a cumplir. Mientras tanto, la CDF ayudará a que sean tomadas las medidas apropiadas para garantízar los procedimientos justos en relación con los sacerdotes acusados, respetando su derecho fundamental de defensa, y para que sea tutelado el bien de la Iglesia, incluido el bien de las víctimas. Es útil recordar que normalmente la imposición de una pena perpetúa, como la dimissio del estado clerical, requiere un proceso judicial. Según el Derecho Canónico (cf. CIC can. 1342) el Ordinario propio no puede decretar penas perpetuas por medio de un decreto extrajudicial. Para ello debe dirigirse a la CDF, a la cual corresponderá en este caso tanto el juicio definitivo sobre la culpabilidad y la eventual idoneidad del clérigo para el ministerio como la imposición de la pena perpetua (Sst, Art. 21, §2).

Las medidas canónicas para un sacerdote que es encontrado culpable del abuso sexual de un menor son generalmente de dos tipos: 1) Medidas que restringen el ejercicio público del ministerio de modo completo o al menos excluyendo el contacto con menores. Tales medidas pueden ser declaradas por un precepto penal; 2) penas eclesiásticas, siendo la más grave la dimissio del estado clerical.

En algunos casos, cuándo lo pide el mismo sacerdote, puede concederse pro bono Ecclesiae la dispensa de las obligaciones inherentes al estado clerical, incluido el celibato.

La investigación previa y todo el proceso deben realizarse con el debido respeto a la confidencialidad de las personas implicadas y la debida atención a su reputación.

A no ser que haya graves razones en contra, antes de transmitir el caso a la CDF el clérigo acusado debe ser informado de la acusación presentada, para darle la oportunidad de responder a ella. La prudencia del Obispo o del Superior Mayor decidirá cuál será la información que se podrá comunicar al acusado durante la investigación previa.

Es deber del Obispo o del Superior Mayor determinar cuáles medidas cautelares de las previstas en el CIC can. 1722 y en el CCEO can. 1473 deben ser impuestas para salvaguardar el bien común. Según el Sst art. 19, tales medidas pueden ser impuestas una vez iniciada la investigación preliminar.

Asimismo, se recuerda que si una Conferencia Episcopal, con la aprobación de la Santa Sede, quisiera establecer normas específicas, tal normativa deberá ser entendida como complemento a la legislación universal y no como sustitución de ésta. Por tanto, la normativa particular debe estar en armonía con el CIC / CCEO y además con el motu proprio Sacramentorum sanctitatis tutela (30 de abril de 2001) con la actualización del 21 de mayo de 2010. En el supuesto de que la Conferencia Episcopal decidiese establecer normas vinculantes será necesario pedir la recognitio a los competentes Dicasterios de la Curia Romana.

III. Indicaciones a los Ordinarios sobre el modo de proceder:

Las Líneas Guía preparadas por la Conferencia Episcopal deberán ofrecer orientaciones a los Obispos diocesanos y a los Superiores Mayores en caso de que reciban la noticia de presuntos abusos sexuales de menores cometidos por clérigos presentes en el territorio de su jurisdicción. Dichas Líneas Guía deberán tener en cuenta las siguientes observaciones:

a.) El "concepto de abuso sexual de menores" debe coincidir con la definición del Motu Propio Sst art. 6 ("el delito contra el sexto mandamiento del Decálogo cometido por un clérigo con un menor de dieciocho años"), así como con la praxis interpretativa y la jurisprudencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, teniendo en cuenta la leyes civiles del Estado;

b.) la persona que denuncia debe ser tratada con respeto. En los casos en los que el abuso sexual esté relacionado con un delito contra la dignidad del sacramento de la Penitencia (Sst, art.4), el denunciante tiene el derecho de exigir que su nombre no sea comunicado al sacerdote denunciado (Sst, art. 24);

c.) las autoridades eclesiásticas deben esforzarse para poder ofrecer a las víctimas asistencia espiritual y psicológica;

d.) la investigación sobre las acusaciones debe ser realizada con el debido respeto del principio de la confidencialidad y la buena fama de las personas;

e.) a no ser que haya graves razones en contra, ya desde la fase de la investigación previa, el clérigo acusado debe ser informado de las acusaciones, dándole la oportunidad de responder a las mismas;

f.) los organismos de consulta para la vigilancia y el discernimiento de los casos particulares previstos en algunos lugares no deben sustituir el discernimiento y la potestas regiminis de cada Obispo;

g.) las Líneas Guía deben tener en cuenta la legislación del Estado en el que la Conferencia Episcopal se encuentra, en particular en lo que se refiere a la eventual obligación de dar aviso a las autoridades civiles;

h.) en cualquier momento del procedimiento disciplinar o penal se debe asegurar al clérigo acusado una justa y digna sustentación;

i.) se debe excluir la readmisión de un clérigo al ejercicio público de su ministerio si éste puede suponer un peligro para los menores o existe riesgo de escándalo para la comunidad.

Conclusión

Las Líneas Guía preparadas por las Conferencias Episcopales buscan proteger a los menores y ayudar a las víctimas a encontrar apoyo y reconciliación. Deberán también indicar que la responsabilidad para tratar los casos de delitos de abuso sexual de menores por parte de clérigos, corresponde en primer lugar al Obispo Diocesano. Ellas servirán para dar unidad a la praxis de una misma Conferencia Episcopal ayudando a armonizar mejor los esfuerzos de cada Obispo para proteger a los menores.

Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 3 de mayo de 2011.

Homilia en la beatificación de Juan Pablo II

Homilia en la beatificación de Juan Pablo II

Plaza de San Pedro
Domingo 1 de mayo de 2011

Queridos hermanos y hermanas:

Hace seis años nos encontrábamos en esta Plaza para celebrar los funerales del Papa Juan Pablo II. El dolor por su pérdida era profundo, pero más grande todavía era el sentido de una inmensa gracia que envolvía a Roma y al mundo entero, gracia que era fruto de toda la vida de mi amado Predecesor y, especialmente, de su testimonio en el sufrimiento. Ya en aquel día percibíamos el perfume de su santidad, y el Pueblo de Dios manifestó de muchas maneras su veneración hacia él. Por eso, he querido que, respetando debidamente la normativa de la Iglesia, la causa de su beatificación procediera con razonable rapidez. Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato.

Deseo dirigir un cordial saludo a todos los que, en número tan grande, desde todo el mundo, habéis venido a Roma, para esta feliz circunstancia, a los señores cardenales, a los patriarcas de las Iglesias católicas orientales, hermanos en el episcopado y el sacerdocio, delegaciones oficiales, embajadores y autoridades, personas consagradas y fieles laicos, y lo extiendo a todos los que se unen a nosotros a través de la radio y la televisión.

Éste es el segundo domingo de Pascua, que el beato Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia. Por eso se eligió este día para la celebración de hoy, porque mi Predecesor, gracias a un designio providencial, entregó el espíritu a Dios precisamente en la tarde de la vigilia de esta fiesta. Además, hoy es el primer día del mes de mayo, el mes de María; y es también la memoria de san José obrero. Estos elementos contribuyen a enriquecer nuestra oración, nos ayudan a nosotros que todavía peregrinamos en el tiempo y el espacio. En cambio, qué diferente es la fiesta en el Cielo entre los ángeles y santos. Y, sin embargo, hay un solo Dios, y un Cristo Señor que, como un puente une la tierra y el cielo, y nosotros nos sentimos en este momento más cerca que nunca, como participando de la Liturgia celestial.

«Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). En el evangelio de hoy, Jesús pronuncia esta bienaventuranza: la bienaventuranza de la fe. Nos concierne de un modo particular, porque estamos reunidos precisamente para celebrar una beatificación, y más aún porque hoy un Papa ha sido proclamado Beato, un Sucesor de Pedro, llamado a confirmar en la fe a los hermanos. Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica. E inmediatamente recordamos otra bienaventuranza: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16, 17). ¿Qué es lo que el Padre celestial reveló a Simón? Que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Por esta fe Simón se convierte en «Pedro», la roca sobre la que Jesús edifica su Iglesia. La bienaventuranza eterna de Juan Pablo II, que la Iglesia tiene el gozo de proclamar hoy, está incluida en estas palabras de Cristo: «Dichoso, tú, Simón» y «Dichosos los que crean sin haber visto». Ésta es la bienaventuranza de la fe, que también Juan Pablo II recibió de Dios Padre, como un don para la edificación de la Iglesia de Cristo.

Pero nuestro pensamiento se dirige a otra bienaventuranza, que en el evangelio precede a todas las demás. Es la de la Virgen María, la Madre del Redentor. A ella, que acababa de concebir a Jesús en su seno, santa Isabel le dice: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1, 45). La bienaventuranza de la fe tiene su modelo en María, y todos nos alegramos de que la beatificación de Juan Pablo II tenga lugar en el primer día del mes mariano, bajo la mirada maternal de Aquella que, con su fe, sostuvo la fe de los Apóstoles, y sostiene continuamente la fe de sus sucesores, especialmente de los que han sido llamados a ocupar la cátedra de Pedro. María no aparece en las narraciones de la resurrección de Cristo, pero su presencia está como oculta en todas partes: ella es la Madre a la que Jesús confió cada uno de los discípulos y toda la comunidad. De modo particular, notamos que la presencia efectiva y materna de María ha sido registrada por san Juan y san Lucas en los contextos que preceden a los del evangelio de hoy y de la primera lectura: en la narración de la muerte de Jesús, donde María aparece al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25); y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, que la presentan en medio de los discípulos reunidos en oración en el cenáculo (cf. Hch. 1, 14).

También la segunda lectura de hoy nos habla de la fe, y es precisamente san Pedro quien escribe, lleno de entusiasmo espiritual, indicando a los nuevos bautizados las razones de su esperanza y su alegría. Me complace observar que en este pasaje, al comienzo de su Primera carta, Pedro no se expresa en un modo exhortativo, sino indicativo; escribe, en efecto: «Por ello os alegráis», y añade: «No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación» (1 P 1, 6.8-9). Todo está en indicativo porque hay una nueva realidad, generada por la resurrección de Cristo, una realidad accesible a la fe. «Es el Señor quien lo ha hecho –dice el Salmo (118, 23)– ha sido un milagro patente», patente a los ojos de la fe.

Queridos hermanos y hermanas, hoy resplandece ante nuestros ojos, bajo la plena luz espiritual de Cristo resucitado, la figura amada y venerada de Juan Pablo II. Hoy, su nombre se añade a la multitud de santos y beatos que él proclamó durante sus casi 27 años de pontificado, recordando con fuerza la vocación universal a la medida alta de la vida cristiana, a la santidad, como afirma la Constitución conciliar sobre la Iglesia Lumen gentium. Todos los miembros del Pueblo de Dios –obispos, sacerdotes, diáconos, fieles laicos, religiosos, religiosas– estamos en camino hacia la patria celestial, donde nos ha precedido la Virgen María, asociada de modo singular y perfecto al misterio de Cristo y de la Iglesia. Karol Wojtyła, primero como Obispo Auxiliar y después como Arzobispo de Cracovia, participó en el Concilio Vaticano II y sabía que dedicar a María el último capítulo del Documento sobre la Iglesia significaba poner a la Madre del Redentor como imagen y modelo de santidad para todos los cristianos y para la Iglesia entera. Esta visión teológica es la que el beato Juan Pablo II descubrió de joven y que después conservó y profundizó durante toda su vida. Una visión que se resume en el icono bíblico de Cristo en la cruz, y a sus pies María, su madre. Un icono que se encuentra en el evangelio de Juan (19, 25-27) y que quedó sintetizado en el escudo episcopal y posteriormente papal de Karol Wojtyła: una cruz de oro, una «eme» abajo, a la derecha, y el lema: «Totus tuus», que corresponde a la célebre expresión de san Luis María Grignion de Monfort, en la que Karol Wojtyła encontró un principio fundamental para su vida: «Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor tuum, Maria -Soy todo tuyo y todo cuanto tengo es tuyo. Tú eres mi todo, oh María; préstame tu corazón». (Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, n. 266).

El nuevo Beato escribió en su testamento: «Cuando, en el día 16 de octubre de 1978, el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszyński, me dijo: “La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio”». Y añadía: «Deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado». ¿Y cuál es esta «causa»? Es la misma que Juan Pablo II anunció en su primera Misa solemne en la Plaza de San Pedro, con las memorables palabras: «¡No temáis! !Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!». Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible. Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás.

Karol Wojtyła subió al Solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre. Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su «timonel», el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar «umbral de la esperanza». Sí, él, a través del largo camino de preparación para el Gran Jubileo, dio al cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia. Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de «adviento», con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz.

Quisiera finalmente dar gracias también a Dios por la experiencia personal que me concedió, de colaborar durante mucho tiempo con el beato Papa Juan Pablo II. Ya antes había tenido ocasión de conocerlo y de estimarlo, pero desde 1982, cuando me llamó a Roma como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante 23 años pude estar cerca de él y venerar cada vez más su persona. Su profundidad espiritual y la riqueza de sus intuiciones sostenían mi servicio. El ejemplo de su oración siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio. Y después, su testimonio en el sufrimiento: el Señor lo fue despojando lentamente de todo, sin embargo él permanecía siempre como una «roca», como Cristo quería. Su profunda humildad, arraigada en la íntima unión con Cristo, le permitió seguir guiando a la Iglesia y dar al mundo un mensaje aún más elocuente, precisamente cuando sus fuerzas físicas iban disminuyendo. Así, él realizó de modo extraordinario la vocación de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jesús al que cotidianamente recibe y ofrece en la Iglesia.

¡Dichoso tú, amado Papa Juan Pablo, porque has creído! Te rogamos que continúes sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios. Desde el Palacio nos has bendecido muchas veces en esta Plaza. Hoy te rogamos: Santo Padre: bendícenos.  Amén.

¿Qué estamos haciendo mal los profesores, padres y alumnos? Tenemos que revisarnos...

Por la escasa demanda de la asignatura 

Desaparece la clase de Religion en bachillerato en Euskadi

El curso pasado, la eligieron el 2,5% de los estudiantes matriculados en centros públicos

La escasa demanda de la asignatura de religión está haciendo desaparecer progresivamente esta materia de las clases de los alumnos que cursan Bachillerato en centros públicos. Sólo el 2,5% de los estudiantes matriculados en centros educativos públicos durante pasado año académico 2009/2010 para cursar Bachiller.

El Departamento de Educación del Gobierno Vasco ha hecho públicos en respuesta a una pregunta parlamentaria del PP los datos de alumnos matriculados en la red pública que escogieron durante el curso recién terminado la asignatura de religión en virtud de la libertad de elección que determina la ley. La legislación vigente obliga a los centros educativos a ofertar esta materia, pero da libertad a los estudiantes para cursarla o no.

Un total de 133.759 alumnos cursaron el pasado año académico distintos niveles educativos de la enseñanza obligatoria (Infantil, Primaria y Secundaria) y postobligatoria (Bachillerato) en centros de enseñanza integrados la red pública vasca y 31.200 de estos estudiantes asistieron voluntariamente a clases de religión católica u otras confesiones, lo que representa algo más del 23% del total.

Un análisis de los datos por territorios históricos revela la existencia de diferencias muy importantes, ya que mientras el 30,1% de los alumnos vizcainos eligieron religión, este porcentaje bajó al 22,5% en el caso de los estudiantes vizcainos y descendió hasta el 14,2% entre los niños y adolescentes guipuzcanos. Entre Vizcaya y Guipúzcoa existe una diferencia de más de quince puntos.

Las diferencias son también notables cuando se comparan los porcentajes por niveles educativos. Los alumnos matriculados en Educación Primaria presentan los porcentajes más elevados de elección, con un 33,2%; aquellos que cursan Educación Secundaria Obligatoria (ESO) tienen una tasa de elección del 21,3%; y el índice de religión disminuye al 17,6% entre los niños de Educación Infantil.

Las tasas más bajas se encuentran, no obstante, en el Bachillerato. Sólo el 2,5% de los alumnos que cursaron este nivel educativo el pasado año académico 2009/2010 tomaron clases de religión (2,7% en Alava, 3,1% en Guipúzcoa y 2,1% en Vizcaya), lo que hace que en algunos centros ni siquiera se llegue a ofertar la asignatura ante la falta de demanda de estudiantes y padres.

Entre quienes deciden cursar la asignatura de religión el 98% elige estudiar la Religión Católica y el restante 2% se reparte entre quienes asisten a clases de Historia y Cultura (555 alumnos) de las Religiones y los que optan por otras confesiones minoritarias como la Islámica (47 estudiantes matriculados) y la Evangélica (26 alumnos).