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No podemos callar lo que hemos visto y oído. (Hch. 4, 20)

GÉNESIS 2,18-24

GÉNESIS 2,18-24

 

El Señor Dios se dijo:

-- No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude.

Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo, y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre le pusiera. Así el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no se encontraba ninguno como él que le ayudase. Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió. Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne. Y el Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre haciendo una mujer, y se la presentó al hombre. El hombre dijo:

-- ¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será Mujer, porque ha salido del hombre. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.

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La primera lectura que escuchamos este domingo, nos habla de la creación. En primer lugar, son colocados hombre y mujer a la misma altura, en la misma escala de dignidad humana, ambos son creados por Dios. Es imposible desde aquí poder justificar cualquier tipo de diferencia entre ambos. Los dos forma una sola carne, es decir, tanto necesita el hombre a la mujer, como la mujer al hombre. Ambos están llamados a vivir en común-unión, no en desunión. Nunca se podrá justificar, desde la palabra de Dios, el maltrato de una mujer, NUNCA, pues quien maltrata a un hombre o a una mujer está maltratando a misma creación divina. El ser humano es imagen de Dios, de un Dios que ama por igual y que en ningún momento puede discriminar a ninguno de sus seres creados. Hoy día asistimos con mucha frecuencia a esos trágicos casos de abusos y maltrato, algunos incluso llegan a la muerte. Que deplorable debe de ser esto para cualquier persona, pero mucho más para un cristiano. Quien alza su mano contra una mujer pierde en ese mismo instante su condición de ser humano, para convertirse en la peor de las bestias, en alguien para quien no debe de haber contemplaciones ni escusas. Uno de los grandes causantes de estas situaciones es el sentimiento de posesión, muchas veces los hombres nos creemos en la posesión de una mujer, olvidamos que la persona no es una posesión, sino un semejante que es imagen viva de Dios. Nadie puede justificar nunca una agresión, quien lo hace se convierte en cómplice directo, se convierte en otro animal sin razón ni sentimientos. Existen muchos tipos de maltrato en nuestra época: físico, psicológico, social... Ninguno es mayor o menor que otro, todos han de ser medidos con la misma regla, porque ninguno de ellos es justificable.

Encuentro también en ésta lectura otra idea que considero muy importante: "no está bien que el hombre esté solo". Es decir, la soledad es contraria a la voluntad de Dios; ningún precepto humano ni regla establecida puede obligar al ser  humano a la soledad. Es ésta la carcoma que corroe lo más profundo del ser. Por eso nunca entenderé que se marquen "normas" humanas que obliguen a ésta soledad, cuya consecuencia no es otra que la malversación del propio ser humano. Una soledad buscada, es querida. Una soledad obligada, es suicida. No se trata de conveniencias ni de tan siquiera de tradiciones, la palabra de Dios es sabia y maestra, mucho más que cualquier precepto humano. Nadie puede condenar la unión de un hombre con una mujer, puesto que si lo hacemos, estamos condenando la misma intención creadora de Dios. Entonces ¿por qué algunas normas insisten en llevar a la soledad al ser humano?. "Los mandatos de Dios son estables", dice la Sagrada Escritura. TODOS los mandatos de Dios, no solo los que nos convienen.

En definitiva: dos ideas por encima de todo, el respeto a la dignidad del ser humano por excelencia; y la soledad humana como algo no querido por el creador. "Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre" (Mc 2).

 

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