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No podemos callar lo que hemos visto y oído. (Hch. 4, 20)

XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos lo que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados.

Son muchas las personas, entidades y gobiernos, que han utilizado estas palabras de Jesús a lo largo de la historia para justificar la pobreza. La expresión dichosos los pobres no es en absoluto un argumento para justificar ningún tipo de pobreza, ni económica, ni de justicia, ni de ningún otro tipo. En muchas ocasiones hemos escuchado esas palabras que justifican el sufrimiento humano desde la posterior recompensa de Dios; incluso desde "espiritualidades" desfasadas, se propone el sufrimiento como camino necesario de encuentro con Dios; así, el sufrimiento se convierte en positivo e incluso, si no se da de forma natural, es recomendable provocarlo. "Más sufrió Cristo en la cruz", es una expresión muy utilizada para dar un falso valor al sufrimiento del ser humano, parece como la justificación a la quietud ante las vías que podrían aliviar tal sufrimiento. El dolor, provocado incluso, se transforma casi en un deseo, como única forma de auténtico encuentro con Jesucristo. La pobreza, como un camino que es necesario para la consecución de un "premio final". La historia nos enseña como los vaivenes de la espiritualidad han podido provocar en ocasiones, concepciones erróneas del sufrimiento y del dolor. Lo primero que tenemos que tener claro es que sufrimiento y dolor no es lo mismo; el sufrimiento provoca dolor y el dolor conlleva el sufrimiento, son dos realidades de una misma experiencia, pero dos realidades complementarias y contrapuestas a la vez. Estoy seguro de que el dolor de Cristo en la cruz, en Getsemaní o en otros tantos momentos, no es un dolor ni un sufrimiento provocado ni buscado. Lejos de ello, es asumido con capacidad redentora, pero precisamente su aceptación voluntaria va encaminada a su desaparición. Es decir, Cristo asume el dolor y el sufrimiento de forma voluntaria para paliarlo en el ser humano. Ejemplo de ello es precisamente el hecho de que Él no queda impasible ante las realidades que se encuentra de sufrimiento y dolor, sino que más bien, interviene de forma directa para aliviarlas, e incluso para eliminarlas.

La pobreza de espíritu es un don, un don que se trabaja. Este tipo de pobreza es la del que se siente siempre deseoso de llenar más su espíritu, su interioridad. Pero ésta necesidad de llenarse no lo es para sentir la sensación o satisfacción de "realización", sino que, en clave cristiana, esta necesidad responde a otra más urgente: la de poder darse a los demás. No es difícil ser pobre de espíritu, es complicado, pero no difícil. Solo quien experimenta la sensación de la renuncia a sus prioridades en bien de los otros, puede sentir esta plenitud de pobreza. Buscar la pobreza de espíritu es para mí, en definitiva, sentir la necesidad constante de poder aportar siempre algo nuevo a un mundo que se cree plenamente satisfecho, es no quedarse indiferente ante las realidades de pobreza material, de soledad, de injusticia y de tantas otras pobrezas que asolan todas las edades del hombre.

La llamada de Cristo a estar alegres es una llamada a la vida en plenitud. Es Él mismo quien contrapone en pocas palabras los dos términos: sufrimiento frente a alegría. ¿Con cuál te quedas?, ¿Cuál crees que responde más a la voluntad de Dios?. Sin duda alguna, quien asume el dolor y el sufrimiento, lo hace para evitarlo en los demás. Es decir, ¿si Cristo sufre voluntariamente por nosotros, para que el sufrimiento voluntario?. La clave, al menos para mí, está en la alegría. El Cristo de la cruz, es un Cristo empapado en sangre, con ojos de dolor. El Cristo de la Resurrección es un Cristo con ojos iluminados, sonrisa en la cara y mirada de Esperanza. ¿Con cuál te quedas?.

 

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