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No podemos callar lo que hemos visto y oído. (Hch. 4, 20)

Salió el sembrador a sembrar…

Salió el sembrador a sembrar…

            La fe no es sólo un camino que recorremos a lo largo de nuestra vida de forma individual, no es algo exclusivamente personal o al margen del mundo y de las circunstancias; si fuese así no necesitaríamos a la Iglesia para nada, ni tan siquiera el Evangelio ni la palabra de Jesús, tan sólo sería necesaria nuestra opinión y nuestra vivencia sobre éste o aquel otro asunto.

            La fe no es sólo la profundidad de conocimiento o espiritualidad, incluso me atrevo a decir que la fe no es sólo dejarse penetrar por el Espíritu Santo; de ser así, de nada nos serviría la catequesis, los grupos parroquiales, los grupos de profundización, la lectura asidua de la Palabra de Dios, etc.

            La fe no es sólo meditar y orar, ni tan siquiera hacer de forma altruista y solidaria buscando el bien de nuestros hermanos y el de la humanidad. Si fuese así, la fe quedaría reducida o a un espiritualismo individual y egocéntrico, o a una magnífica ONG con un carisma determinado.

            La fe no es sólo celebrar la eucaristía cada domingo, o incluso cada día. Si fuese así, de nada nos serviría el prójimo y el mandato de Jesús del anuncio del Evangelio.

            La fe no es sólo nada de esto y lo es todo: es un camino que recorremos a lo largo de nuestra vida, guiados por el Espíritu Santo, trabajando por el prójimo para dar cumplimiento al mandato de Jesús “ama al prójimo como a ti mismo” y de forma tanto individual como colectiva. Individual desde la oración y la escucha de la Palabra de Dios, y colectiva desde la búsqueda de sentirnos uno en Cristo a través de la Eucaristía. Pero también es algo más y que, a mi entender, da fundamento a todo: la fe es ser sembrador y ser semilla. Ser semilla viva de Cristo en medio del mundo. Así lo dice la experiencia del apóstol: “no podemos callar lo que hemos visto y oído”. Y ser sembrador de la experiencia vivida junto a Él: “Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca”.

            Necesitamos a la Iglesia: mensajera y transmisora del Tesoro del Evangelio, y ella nos necesita a nosotros porque cada uno, en su ámbito y circunstancia, es la mano que siembra, no la opinion o la palabra de cada uno, sino la perla preciosa recibida y que ha de ser transmitida. Ser evangelizador/a no es dar grandes discursos, ni hacer grandes cosas: es vivir como un campo que es cultivado diariamente por el gran “Sembrador”, y ser a la vez ferment de semilla para los demás. No bisques que decir para sembrar la semilla de Dios: haz lo que dices y vive lo que amas.

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