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No podemos callar lo que hemos visto y oído. (Hch. 4, 20)

¿Creer en Dios?

Quizás sea ésta una de las preguntas que más el ser humano se ha hecho a lo largo de su existencia, y curiosamente, después de tantos siglos de existencia, sigue sin ser contestada. Resulta casi lógico, si tenemos presente que la pregunta que se hace el ser humano realmente no es ésta. ¿No será más bien que lo que nos preguntamos de verdad es si sirve para algo creer en dios?, es decir; la respuesta que buscamos ante esta cuestión no es su existencia o no, sino su utilidad en referencia a mi propio ser. Necesitamos creer en Dios, sí, pero en muchas ocasiones es simplemente para satisfacer nuestra limitación, la cual nos recuerda que por muy altivos que nos creamos, tenemos un fin. La pregunta por dios en términos de utilitarismo, lleva a unos a manifestarse ateos, pues Dios no tiene ninguna utilidad inminentemente práctica en mi vida; a otros a manifestarse agnósticos, dado que la incertidumbre de la duda tiene como respuesta la omisión de la afirmación o negación. En tercer lugar, están los que afirman su fe contra viento y marea, a estos habría que recordarles que la fe no es un absoluto en términos intelectuales, sino más bien una consecución diaria y un don existencial. Surge, como renacido de la ceniza, el que desde la mística más piadosa, basa su fe en argumentaciones de otros, es decir, en vidas de santos, en experiencias pías de antaño o en no se que espiritualidad del vino y el incienso; a este ser, también habría que recordarle que la fe colectiva dista poco de la paranoia colectiva, es decir, que Dios no es un marcianito que sorbe nuestros sesos o que se trasforman en una droga medioambiental para conquistar nuestro sueño. Dios es algo más, no es el conjunto de la colectividad ni el resultado de creencias medievales, pues junto a ellas también nacieron la brujería y la superstición, así como la santería.

¿Entonces?

La creencia en Dios va más allá de todo esto, pues si analizásemos cada uno de estos personajes nos daríamos cuenta de algunas realidades:

El ateo necesita negar a Dios para auto convencerse de su inexistencia. Prueba de ello es que toda su argumentación comienza diciendo: si Dios existiera…, si para ti no existe, ¿Por qué necesitas ponerlo en duda? ¿por qué es la prueba que revalida su existencia?.

El agnóstico es un caso peculiar, dado que remite sus afirmaciones a sus premisas; es decir, duda desde la negación. A este personaje cabría recordarle también que como siga por ese camino, le conviene replantearse su propia vida, porque la respuesta al amor está precisamente en la no necesidad de premisas; es más su propia existencia se remite a la premisa de su preexistencia, lo cual indica que por mucho que se esfuerce en probarlo, él tampoco existe, es mera proyección del pensamiento.

Caso peculiar lo constituye el creyente a viento y marea. ¿Dónde radica su fe?, si duda alguna, en su propio orgullo y su egoísmo, pues su argumentación es la cerrazón, el “no nos moverán”; es decir, la argumentación del que no necesita argumentar; su falta de capacidad para escuchar o compartir es de la que se deduce la limitación de su pensamiento, incapacitado por su propia invalidez mental y vital.

¿Y aquél cuya fe es la de otros?, pues eso, es la fe de otros. Apenas tienen la capacidad de argumentar su propia fe, sino que necesita las argumentaciones de otros para justificar la suya propia.

Así pues, ¿dónde está la creencia en Dios?. ¿Quieren ustedes saber dónde está la razón?. Pues yo se la diré:

La razón de su existencia está en mi vecina Margarita, que a sus ochenta y nueve años cumple la profecía: “Te doy gracias Padre, porque no has revelado estas cosas a los sabios y entendidos”, sino a la gente sencilla.

La tia margarita nunca supo leer, ni tan siquiera sabía firmar. Aquella mujer blanquecina, de pelo cano y ojos profundos, nunca pronunció una palabra más alta que otra. nunca hizo argumentaciones sobre la existencialidad de Dios, nunca supo que era aquello de la espiritualidad profunda del ser ontológico. sus estudios consistían en distinguir lo que era un pimiento verde de uno colorado; ni tan siquiera distinguió lo que era un euro de una peseta. sólo sabia que su misión en esta vida era vivir y vivir de verdad, amar y amar de verdad. la tia margarita no sabia latin ni filosofía. y sabia algo más importante: que Dios la amaba, que nunca le había abandonado; ni tan siquiera aquella tarde gris en la que tubo que dar sepultura a su hija y ser madre de sus nietos. para ella lo único importante era que su nuevo hijo y sus nietos fuesen amados como ella había sido; que sintieran que Dios no les había abandonado.

la fe es personal, el cristo de la cruz y de la vida viene a cada mujer y cada hombre en cada momento y en cada circunstancia. descubrilo de verdad es hacer lo que hizo margarita: dejarse descubrir y amar por el.

¿Creer en Dios?, depende de ti.

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