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No podemos callar lo que hemos visto y oído. (Hch. 4, 20)

Sobre la responsabilidad

Sobre la responsabilidad

 

Hoy un compañero de trabajo me ha preguntado: "¿pero tú realmente crees en Dios?, ¿cómo es posible creer?, yo lo he intentado muchas veces y no puedo con tantas desgracias como veo".

            Es normal que no puedas creer, precisamente porque lo has intentado. La fe no es un intento, ni tan siquiera un querer creer, de ser así no pasaría de ser un estilo de filosofía o una convicción ideológica, o un esfuerzo unidireccional. La fe consiste precisamente en todo lo contrario, es decir, en dejarse llevar y no vivir del esfuerzo continuo del autoconvencimiento. Son muchas las corrientes que intentan demostrar cómo es un absurdo el poder creer en Dios, y lo hacen apoyándose en la certeza de la evidencia del aquí y el ahora, de la comparación entre el bien y el mal para concluir la inexistencia del bien frente al mal palpable. Pero cuando olvidamos que el mal es en sí mismo la consecuencia lógica de nuestra falta de amor, entonces necesitamos buscar culpables que justifiquen nuestra desdicha. Dicho en otras palabras, cuando nos sentimos impotentes frente a todo lo malo que ocurre, surge en nosotros la urgencia de buscar culpables externos, olvidando que el mal o el bien, empiezan por el ejercicio de la libertad de uno mismo. Imagina que una noche yo voy con mi moto por una avenida principal; son las 3 de la madrugada. A lo lejos veo un semáforo en ámbar. Yo sé muy bien que tengo la obligación de reducir de marcha y parar antes de llegar al semáforo. En ese momento se despiertan en mi mente dos posibilidades: si reduzco y freno, posiblemente esté haciendo el tonto, porque a esa hora la probabilidad de que pase alguien es casi nula; además, si acelero lo pasaré antes. La segunda posibilidad es hacer lo que sé que tengo que hacer. Bien y mal luchan por un momento en mi mente. Decido acelerar. Al llegar al semáforo alguien pasa y la catástrofe es segura. ¿De quién es la culpa? ¿De Dios por no detener mi moto en seco?, o ¿mía por haber ejercido mal mi libertad? (puede que en ese caso, Dios esté en el semáforo que está avisándote de cuál es tu obligación). Es posible que la respuesta fácil sea: de Dios que podía haberlo evitado, pero ¿Dónde queda entonces el ejercicio de mi libertad? ¿No sería ése un Dios que coarta mis posibilidades y que dirige mi vida a su antojo?. Pero además, la consecuencia de mi acto de libertad tiene una doble dimensión: por un lado yo he tenido un accidente por no hacer lo que sabía que debía hacer; pero es que resulta que la consecuencia del mal ejercicio de mi libertad lo ha pagado otra persona que no tiene culpa ninguna, es decir, un inocente al que he causado un mal. Pongamos un caso mucho más reciente: Haití. La desgracia ocurrida allí en estos días es una tragedia para la humanidad, pero asumamos nuestras culpas en lugar de buscar un Dios que responda por nuestras irresponsabilidades. Si profundizamos un poco veremos como hace ya más de diez años se predijo que algo así podría ocurrir. En un momento no muy lejano algunas personas decidieron hacer unas construcciones defectuosas, irrisorias. Esas personas se lucraron vendiendo chabolas y terrenos pantanosos. Entre hacer una cimentación de 5 metros y hacer otra de 10, decidieron hacerla de 5 ahorrando un 50% en gastos que se convertirían en ganancias. La naturaleza lleva su curso y llega el temblor... la pregunta es ¿por qué en apenas 800 metros sigue habiendo un complejo residencial cuyos hoteles no se han visto afectados en absoluto?, es más, ¿Por qué la embajada de EEUU (en el centro del terremoto) sigue en pie sin haber sufrido ni una sola grieta?. Quizás el mal de unos lo hayan pagado estos inocentes sin culpa alguna. No se puede buscar responsables en las desgracias, lo urgente es asumir nuestra responsabilidad que produce un mal al inocente. Tú sabes cómo has de actuar, actúa como sabes que debes hacerlo y no culpes a Dios de tus culpas. El alumno que no estudia, pero que tiene todos los medios para ello, no está legitimado a culpar al profesor porque el examen ha sido difícil, porque no lo ha sido, sino que el alumno no ha cumplido con su obligación, se ha limitado a los mínimos olvidando que estaba llamado a los máximos.

            Así mismo, el ser humano está llamado a vivir en libertad y plenitud, por lo que no es justificable vivir esclavos de nuestras apetencias y rácanos con nuestras responsabilidades.

            El creyente no puede vivir intentando creer. El no creyente no puede justificarse por haber intentado creer. La fe no es un esfuerzo, es un regalo, el esfuerzo es vivir desde la fe como una continua búsqueda de la verdad y del bien común. Tú no puedes simplemente conformarte con sentirte amado por tu mujer y por tus hijos, o el amor es reciproco o no es tal.

            Recuerda que puede que tú no creas en Dios, pero no olvides que Dios sigue creyendo en ti.

 

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