Corpus Christi
Un cuerpo y una sangre. Hasta aquí nada innovador, simplemente uno más que derrama su sangre y cuyo cuerpo no tiene vida. La vida pasa sin mayor sentido para algunos; para otros pasa anclada en recuerdos, sin dar paso al presente o abrir la mirada al futuro. Pero la sangre que ahora celebramos no es una sangre cualquiera. Se trata de un cuerpo que nos habla y nos da un mensaje: yo estaré con vosotros; un sangre que clama diciendo: soy derramada por vosotros. Para el cristiano el cuerpo y la sangre de Cristo es algo más, es un camino y una esperanza. “Comemos” el cuerpo de Cristo porque es vida. “Bebemos” la sangre de Cristo porque es eternidad. Sin duda, se trata de una de las fiestas más importantes de nuestra fe, es el centro y el núcleo de lo que creemos y de lo que esperamos. La vida cobra un sentido nuevo cuando nos acercamos a ese cuerpo y a esa sangre, con ello nuestra existencia es esperanza, es proclamar que la muerte no es el final de nada, sino el comienzo de todo. La vida eterna, de la que tanto hablamos, es eso: su cuerpo y su sangre. Cristo no condena, salva. Cristo no nos abandona, es presencia verdadera y continua. Cristo no es historia, es la Historia de la Salvación. Si realmente creemos que su mensaje es de Amor y su Palabra de Esperanza, no podemos vivir sin su presencia. Y esta presencia se hace absolutamente real en la Eucaristía. La palabra Eucaristía significa “Buena Nueva”; Corpus Christi significa la paz verdadera en la confianza plena de su mensaje y la Esperanza de su eterna presencia en el corazón de cada uno de nosotros y de cada uno de los otros. ¿Se puede ser seguidor de Cristo y no participar de su Cuerpo y de su Sangre?
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