Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo Jn. 3, 16-18
Jesucristo no es juez del mundo. Así lo dice el evangelista Juan, y lo afirma la experiencia misma de aquellos que vivieron junto a Él. No juzga a Pedro por su traición, ni a Tomás por su falta de fe, ni a la prostituta que iba a ser lapidada. Y Jesús no juzga al mundo porque es precisamente juez. El juez humano condena según la objetividad de unas pruebas, atendiendo a unos testimonios concretos; no puede hacerlo de otra manera, pues sólo puede juzgar lo que ve y oye. Jesucristo conoce hasta lo más profundo de cada uno de nosotros, por eso no juzga al mundo, sino que en la eternidad de Dios Padre y en la fuerza del Espíritu dota al ser humano de la libertad plena y de la propia conciencia, ellas son las que juzgan como consecuencia de uso de ellas mismas. La conciencia es, como sabemos, la voz de Dios en el hombre. Por tanto Dios está presente en nuestro pensamiento y nuestra acción, pero no como director, sino como pastor que guía. Jesucristo se presenta a sí mismo como el Buen Pastor, y no puede ser de otra manera. El buen pastor no juzga ni condena a sus ovejas sino que está preparado en todo momento para volver a unirlas al rebaño por mucho que se hayan alejado.
La fiesta de la Trinidad nos presenta a un Dios hecho hombre en el Espíritu. Qué gran misterio y que gran alegría. Lejos del dios de Israel, de Egipto, de Buda, de Alá, el dios Trinitario vive cada segundo y cada instante del ser humano. No lo observa desde lo alto para premiar o condenar, sino que desciende para caminar junto a él. Sin duda alguna, no puede juzgar, pues conoce hasta lo más intimo de cada uno de nosotros y sabe, casi siempre, que nuestras acciones responden a un por qué. Qué juicio más maravilloso el de Dios: el juicio del Amor. ¿Qué madre puede condenar a su hijo? ¿Qué padre desea el mal a su hijo? La Trinidad es el misterio de Amor, en palabra del gran Papa Pablo VI: el misterio de un Dios Padre que ama con corazón de Madre.
Cada uno de nosotros, estamos llamados a ser Trinidad. A no juzgar, a que nuestro juicio pase siempre por el filtro del Amor y del perdón. En definitiva: a escuchar la voz de Dios Padre en la Conciencia para, mediante la fuerza de Dios Espíritu Santo poder vivir y actuar como Dios Hijo. ¿Cómo? No olvidando las palabras de Mt. 14, 22-33: “Ánimo, no tengas miedo, soy Yo”.
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