Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien
Libro de los Reyes 3, 5. 7-12/Carta de San Pablo a los Romanos 8, 28-30/Evangelio de Mateo 13, 44- 52
“Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”
Una gran verdad. Los que aman a Dios todo les sirve para el bien, incluso en las ocasiones en que no entendemos muchas cosas. Fiarse de Dios es precisamente eso: buscar el bien en todos los acontecimientos de la vida. La persona pesimista ve siempre los problemas en todo lo que le sucede. La persona optimista ve siempre la parte positiva. Yo soy de los que piensan que es tan imprudente una cosa como otra. Tan osado me parece verlo todo negro como verlo todo de color de rosa. Creo que es necesario tener los pies puestos en la tierra y la mirada en el cielo. Afrontar los problemas como vienen sin eludirlos, tomando las decisiones que haya que tomar en cada momento, sin falsos optimismos ni destructores pesimismos. Sin duda creer en Dios es algo fabuloso; algunos creen que es como un bálsamo mágico para no hacer nada ante las situaciones. Otros piensan que es una pasividad de aceptación de la voluntad de un ser superior que dista mucho del Dios de Jesucristo. El hombre de la parábola que encuentra la perla preciosa no se queda contemplándola sin más, esperando a que ella haga algo; si lo hace es muy probable que venga otro y se la lleve. Lejos de eso, el que ha encontrado la perla preciosa toma opciones determinadas de qué hacer con ella, porque la perla no ha sido dejada sin más para ser contemplada, sino para una finalidad concreta que es necesario descubrir y actualizar. Por supuesto, el Reino de Dios no es para nada un reino de optimistas, y mucho menos un reino de pesimistas. Es un Reino de hijos y hermanos en acción, un Reino en el que uno se pregunta para que he sido llevado a descubrir esa perla preciosa. En el que se tiene conciencia de haber sido “escogido” (como dice san Pablo en la carta a los Romanos) para darle una utilidad a la perla preciosa de la propia existencia y del descubrimiento del Evangelio como manual de instrucciones de ese descubrimiento. Muchas veces me he preguntado cuál es esa perla en mí, y sin duda el problema no ha estado en la pregunta sino en quedarme contemplando la perla sin hacer nada y simplemente preguntándome. Para los que creemos en los valores fundamentales del evangelio la perla es la íntima unión con Aquel que nos da el aliento de vida necesario para poder vivir cada coyuntura como un regalo, como un descubrimiento de la felicidad que va más allá de las vanas “utilidades” que el mundo busca a todo. Sacar del arca lo nuevo y lo viejo consiste en no parar nunca de escuchar e interiorizar la Palabra convertida en Perla preciosa, haciendo de la propia existencia un camino de futuro en el presente desde la historia personal pasada. Nadie, sólo Dios, puede juzgar nuestras acciones cuando estas están conformes a la conciencia y a la buena voluntad de los que buscan la Realización de Reino de Dios. Es fácil juzgar a los demás, creernos dueños y señores de sus historias y jueces de sus acciones; pero olvidamos algo fundamental: “el juicio que uséis con los demás, será usado con vosotros”. En el libro de los Reyes Salomón hace una petición a Dios: “dame un corazón dócil”. Y Dios le contesta: “Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti”. La respuesta de Dios sigue siendo hoy la misma: te doy un corazón sabio e inteligente, ¿para qué? Para que sepamos qué hacer con esa perla preciosa que él mismo nos ha puesto delante. ¿Buscas la felicidad? En el discernimiento para escuchar la encontrarás. En la Sabiduría de la perla preciosa la hallaras. En la búsqueda de la auténtica realización del Reino de Dios la descubrirás.
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