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No podemos callar lo que hemos visto y oído. (Hch. 4, 20)

Solo para Tí

CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 8, 35.37-39

CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 8, 35.37-39

“¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto venceremos fácilmente por Aquél que nos ha amado”

La experiencia de Pablo de Tarso parte del propio sufrimiento, es decir, no habla él desde la mística o la sabiduría adquirida en los libros. Su proclamación nace de lo más profundo de sí mismo, de haber visto cómo a lo largo de su vida Cristo ha estado presente en todo momento, cómo Cristo ha sido la fuerza que le ha dado un sentido nuevo a su existencia. No nos dice: ¿Quién puede apartarnos de la tradición?, o ¿quién puede apartarnos de la teoría?; lejos de eso él dice: ¿Quién puede apartarnos del Amor de Dios? El Amor de Dios, esa es la clave. La fe cristiana no se basa en formulismos prescritos, ni en teorías teológicas, ni tan siquiera en doctrinas eclesiales; todo ello viene en ayuda a la fe, pero ésta parte de ese maravilloso encuentro personal con Cristo vivo y resucitado, un encuentro que es real cuando su efecto primero es el Amor; un encuentro que es real cuando es capaz de transformar la vida desde dentro y hacer, entonces, de las teorías teológicas y las doctrinas eclesiales una ayuda para mantener viva la llama de la fe.

Nada ni nadie puede separarnos de ese Amor de Dios, salvo que nosotros queramos ser separados. El “yo” personalista y egoísta nos puede separar del Amor de Dios cuando nos hace convertirnos a nosotros mismos en puro Dios. El “yo” del evangelio es bien distinto: es el del crucificado, capaz de entregar su vida por los demás, por la justicia, por la Verdad y sobre todo, por Amor.

Otro de los factores que nos separan del Amor de Dios son los demás: cuando entramos en la rueda de la sinrazón. La fe es atacada constantemente, y muy a menudo nos preguntan por la existencia de Dios o por qué creemos. Muchas veces quien lo pregunta no espera nuestra respuesta, ni tan siquiera nos escucha, sino que busca argumentos para desmontar nuestra creencia y demostrarnos que es absurda y ridícula. Pero el error está en el punto de partida: ¿por qué tengo yo que demostrarte que Dios existe? ¿Si tanto interés tienes, demuéstrame tú a mí que no existe?, demuéstrame que eres capaz de vivir tu existencia como algo abocado al abismo de la nada, que puedes pasar los días de tu vida sin esperanza y dejando de lado cualquier cosa que no puedas demostrar. Los demás pueden apartarnos del amor de Dios o sumarse al amor de Dios, todo depende de que tu “Cruzada” esté capitaneada por la espada o por los brazos abiertos del que acoge por encima de diferencias de fe. Al que no cree: dale amor, no razones. El que no cree no es tu enemigo, es tu hermano. Quien no cree no es un desdichado, es una persona en búsqueda de algo que de sentido a su vida.

Otro de los factores que nos aleja del Amor de Dios es la Iglesia. Algunos diréis que acabo de decir una herejía o algo así, pero nada más lejos de la realidad: la iglesia nos aleja del amor de Dios cuando no es como nosotros queremos que sea, es decir, cuando la Iglesia de Jesucristo (con sus virtudes y fallos) no entra en nuestro esquema personalista y queremos que sea según nuestros parámetros, en el fondo se trata de querer que la Iglesia sea como yo quiero que sea, olvidando que es entonces cuando se convierte en otra cosa distinta a la Iglesia de Jesucristo, porque pasa a ser algo individualista que sólo busca sus adeptos acoplando el Mensaje a razón individual de cada uno, eso sí es lo que hacen las sectas y valgan como ejemplo de ello los Testigos de Jehová, quienes cambian su mensaje y su doctrina según la circunstancia de los tiempos y la comodidad y número de sus fieles. Nunca he terminado de comprender a aquellas personas que alardean de no creer y, en cambio, se pasan la vida intentando demostrar que la Iglesia es una gran mentira. Yo cuando no creo en algo, simplemente me es indiferente. Es fácil culpar a la Iglesia de todo, pero más fácil es olvidar que la Iglesia no es algo etéreo, sino cada uno de sus componentes. Jesús no dice a sus discípulos: que la Iglesia se encargue de acabar con el hambre en el mundo, que la Iglesia sea quien acabe con la injusticia. Lejos de eso Jesús dice a sus discípulos: dadles vosotros de comer, buscad la justicia. ¿Por qué ese empeño en culpar a la Iglesia de todos los males? ¿De buscar en la institución la justificación del mal de algunos de sus miembros? Eso sí que nos separa del amor de Dios, querer hacer una iglesia a nuestra medida, donde lo que yo pienso es la verdad absoluta y no hay mayor posibilidad de encuentro. Cuando alguien es injusto lo es él, no sus padres, hijos o hermanos. Muchas veces quien sólo ve en la Iglesia el mal, busca justificar así su pasividad y su propia acción mala.

El Amor de Dios trasciende todo esto y es mucho más sencillo: “dadle vosotros de comer”, busca qué puedes hacer tú ante la injusticia y olvida un poco porque los demás no lo hacen para que ello te sirva como escudo de tu pasividad. El amor de Dios es tan sencillo como querer sentirlo y tan complicado como dejarse amar por Dios y reconocer que no eres Dios.

Cuenca (Ecuador), sigo queriendo volver allí

Testamento vital

Testamento vital

A mi familia, a mi médico, a mi sacerdote, a mi notario:

Si me llega el momento en que no pueda expresar mi voluntad acerca de los tratamientos médicos que se me vayan a aplicar, deseo y pido que esta declaración sea considerada como expresión formal de mi voluntad, asumida de forma consciente, responsable y libre, y que sea respetada como si se tratara de un testamento.

Considero que la vida en este mundo es un don y una bendición de Dios, pero no es el valor supremo y absoluto. Sé que la muerte es inevitable y pone fin a mi existencia terrena, pero creo que me abre el camino a la vida que no se acaba, junto a Dios.

Por ello, yo, el que suscribe, pido que si por mi enfermedad llegara a estar en situación crítica irrecuperable, no se me mantenga en vida por medio de tratamientos desproporcionados; que no se me aplique la eutanasia (ningún acto u omisión que por su naturaleza y en su intención me cause la muerte) y que se me administren los tratamientos adecuados para paliar los sufrimientos.

Pido igualmente ayuda para asumir cristiana y humanamente mi propia muerte. Deseo poder prepararme para este acontecimiento en paz, con la compañía de mis seres queridos y el consuelo de mi fe cristiana, también por medio de los sacramentos.

Suscribo esta declaración después de una madura reflexión. Y pido que los que tengáis que cuidarme respetéis mi voluntad. Designo para velar por el cumplimiento de esta voluntad, cuando yo mismo no pueda hacerlo, a..........................

Faculto a esta misma persona para que, en este supuesto, pueda tomar en mi nombre, las decisiones pertinentes. Para atenuaros cualquier posible sentimiento de culpa, he redactado y firmo esta declaración.

Nombre y apellidos:

Firma:

Lugar y fecha:

“Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”

“Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”

Libro de los Reyes 3, 5. 7-12/Carta de San Pablo a los Romanos 8, 28-30/Evangelio de Mateo 13, 44- 52

“Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”

Una gran verdad. Los que aman a Dios todo les sirve para el bien, incluso en las ocasiones en que no entendemos muchas cosas. Fiarse de Dios es precisamente eso: buscar el bien en todos los acontecimientos de la vida. La persona pesimista ve siempre los problemas en todo lo que le sucede. La persona optimista ve siempre la parte positiva. Yo soy de los que piensan que es tan imprudente una cosa como otra. Tan osado me parece verlo todo negro como verlo todo de color de rosa. Creo que es necesario tener los pies puestos en la tierra y la mirada en el cielo. Afrontar los problemas como vienen sin eludirlos, tomando las decisiones que haya que tomar en cada momento, sin falsos optimismos ni destructores pesimismos. Sin duda creer en Dios es algo fabuloso; algunos creen que es como un bálsamo mágico para no hacer nada ante las situaciones. Otros piensan que es una pasividad de aceptación de la voluntad de un ser superior que dista mucho del Dios de Jesucristo. El hombre de la parábola que encuentra la perla preciosa no se queda contemplándola sin más, esperando a que ella haga algo; si lo hace es muy probable que venga otro y se la lleve. Lejos de eso, el que ha encontrado la perla preciosa toma opciones determinadas de qué hacer con ella,  porque la perla no ha sido dejada sin más para ser contemplada, sino para una finalidad concreta que es necesario descubrir y actualizar. Por supuesto, el Reino de Dios no es para nada un reino de optimistas, y mucho menos un reino de pesimistas. Es un Reino de hijos y hermanos en acción, un Reino en el que uno se pregunta para que he sido llevado a descubrir esa perla preciosa. En el que se tiene conciencia de haber sido “escogido” (como dice san Pablo en la carta a los Romanos) para darle una utilidad a la perla preciosa de la propia existencia y del descubrimiento del Evangelio como manual de instrucciones de ese descubrimiento. Muchas veces me he preguntado cuál es esa perla en mí, y sin duda el problema no ha estado en la pregunta sino en quedarme contemplando la perla sin hacer nada y simplemente preguntándome.  Para los que creemos en los valores fundamentales del evangelio la perla es la íntima unión con Aquel que nos da el aliento de vida necesario para poder vivir cada coyuntura como un regalo, como un descubrimiento de la felicidad que va más allá de las vanas “utilidades” que el mundo busca a todo. Sacar del arca lo nuevo y lo viejo consiste en no parar nunca de escuchar e interiorizar la Palabra convertida en Perla preciosa, haciendo de la propia existencia un camino de futuro en el presente desde la historia personal pasada. Nadie, sólo Dios, puede juzgar nuestras acciones cuando estas están conformes a la conciencia y a la buena voluntad de los que buscan la Realización de Reino de Dios. Es fácil juzgar a los demás, creernos dueños y señores de sus historias y jueces de sus acciones; pero olvidamos algo fundamental: “el juicio que uséis con los demás, será usado con vosotros”. En el libro de los Reyes Salomón hace una petición a Dios: “dame un corazón dócil”. Y Dios le contesta: “Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti”. La respuesta de Dios sigue siendo hoy la misma: te doy un corazón sabio e inteligente, ¿para qué? Para que sepamos qué hacer con esa perla preciosa que él mismo nos ha puesto delante. ¿Buscas la felicidad? En el discernimiento para escuchar la encontrarás. En la Sabiduría de la perla preciosa la hallaras. En la búsqueda de la auténtica realización del Reino de Dios la descubrirás.

El niño sin nombre

El espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad

El espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad

Son muchas las ocasiones a lo largo de nuestra vida en que nos sentimos débiles, cansados, decaídos, agobiados, y una larga lista de sensaciones que nos hacen pensar que la soledad es el estado real de nuestra existencia. Creemos que no necesitamos de nadie ni de nada, es más, que nadie nos necesita a nosotros. Estos sentimientos no forman parte de nosotros realmente, sino que emanan en circunstancias concretas y en realidades de dificultad. Y es normal, pues ¿acaso somos superhéroes que pueden con todo?, ¿somos seres insensibles a los que les da igual todo? ¿somos hombres y mujeres ajenos al mundo que nos rodea?. Evidentemente no. Somos seres sensibles y vivimos en sociedad, es más, vivimos en una sociedad que muchas veces no nos gusta nada pero que es la que nosotros mismos nos hemos creado. El egoísmo es la principal puerta de entrada de todos estos sentimientos, pues es precisamente el egoísmo quien nos lleva a pensar y sentir que la debilidad no tiene cabida en nuestro día a día. El principal veneno de la fe es el egoísmo: sentir que somos dioses, dejar de lado a Dios y pensar que los demás han de respetarnos y necesitarnos como su Dios.

            El verdadero Dios, Jesús de Nazaret, nos enseña todo lo contrario, no indica que hay que buscar la grandeza en lo sencillo y lo pequeño. Nos da ejemplo de cómo haciéndose uno de nosotros y viviendo en nuestra realidad puede incluso sentir nuestra propia debilidad. No podemos olvidar nunca lo hermoso del hijo necesitado del padre y de la madre, de su cuidado y de su protección. Lo profundo de una semilla insignificante que se convertirá en fruto que sacia el hambre del estómago vacío.

            La soledad de Dios es un sentimiento real que podemos tener, pero esa soledad es el fruto de la compañía, sólo puede sentirse solo quien se ha sentido acompañado. Nada hemos de temer cuando sentidos a Dios lejano, nada, porque esa misma fe que nos hace sentirlo así se transformará, si queremos, en Espíritu que lo transforma todo, que todo lo hace nuevo, que nos hará sentir como niños recién nacidos en brazos de sus padres: Fuera de ti, no hay otro dios”, nos dice el libro de la Sabiduría, porque en Él está la esencia misma de la felicidad, la semilla del Reino como realidad. El Reino de Dios no es algo lejano, no es algo utópico; el Reino de Dios es Dios en tí y en mí. La justicia humana dista mucho de ser perfecta, la justicia divina es paciente y su vision no es miope como la nuestra, sino complete y global.

¿Cómo es possible el Reino de Dios?

Cerrando la puerta del egoismo.

Abriendo la puerta del Amor.

Segando la cizaña que crece.

Cuidando la semilla del Amor.

Asumiendo la debilidad.

Creyendo en la Fortaleza del Amor.

Olvidando la lejanía de Dios.

Sintiendo la presencia de su Espíritu de Amor.

            Trabajar por el Reino de Dios no es una illusion, es una urgencia y una necesida; pero cuidado: trabajar por el Reino de Dios, no por crear nuestro propio reino a nuestra medida. Deja penetrar el Espíritu en Tí y Él lo hará todo nuevo surgiendo así la verdadera realidad del Reino de Dios.

Parábola de la semilla

Salió el sembrador a sembrar…

Salió el sembrador a sembrar…

            La fe no es sólo un camino que recorremos a lo largo de nuestra vida de forma individual, no es algo exclusivamente personal o al margen del mundo y de las circunstancias; si fuese así no necesitaríamos a la Iglesia para nada, ni tan siquiera el Evangelio ni la palabra de Jesús, tan sólo sería necesaria nuestra opinión y nuestra vivencia sobre éste o aquel otro asunto.

            La fe no es sólo la profundidad de conocimiento o espiritualidad, incluso me atrevo a decir que la fe no es sólo dejarse penetrar por el Espíritu Santo; de ser así, de nada nos serviría la catequesis, los grupos parroquiales, los grupos de profundización, la lectura asidua de la Palabra de Dios, etc.

            La fe no es sólo meditar y orar, ni tan siquiera hacer de forma altruista y solidaria buscando el bien de nuestros hermanos y el de la humanidad. Si fuese así, la fe quedaría reducida o a un espiritualismo individual y egocéntrico, o a una magnífica ONG con un carisma determinado.

            La fe no es sólo celebrar la eucaristía cada domingo, o incluso cada día. Si fuese así, de nada nos serviría el prójimo y el mandato de Jesús del anuncio del Evangelio.

            La fe no es sólo nada de esto y lo es todo: es un camino que recorremos a lo largo de nuestra vida, guiados por el Espíritu Santo, trabajando por el prójimo para dar cumplimiento al mandato de Jesús “ama al prójimo como a ti mismo” y de forma tanto individual como colectiva. Individual desde la oración y la escucha de la Palabra de Dios, y colectiva desde la búsqueda de sentirnos uno en Cristo a través de la Eucaristía. Pero también es algo más y que, a mi entender, da fundamento a todo: la fe es ser sembrador y ser semilla. Ser semilla viva de Cristo en medio del mundo. Así lo dice la experiencia del apóstol: “no podemos callar lo que hemos visto y oído”. Y ser sembrador de la experiencia vivida junto a Él: “Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca”.

            Necesitamos a la Iglesia: mensajera y transmisora del Tesoro del Evangelio, y ella nos necesita a nosotros porque cada uno, en su ámbito y circunstancia, es la mano que siembra, no la opinion o la palabra de cada uno, sino la perla preciosa recibida y que ha de ser transmitida. Ser evangelizador/a no es dar grandes discursos, ni hacer grandes cosas: es vivir como un campo que es cultivado diariamente por el gran “Sembrador”, y ser a la vez ferment de semilla para los demás. No bisques que decir para sembrar la semilla de Dios: haz lo que dices y vive lo que amas.

Visita virtual al Santo Sepulcro

Biografía de la Madre Teresa

El Evangelio para niños

Nadie queda indiferente ante esta obra

Una buena lectura

Kempis no habla solamente de valores cristianos, sino que éstos se basan y emanan de los valores humanos. Una buena lectura para aquellos que buscan consejos.

Cristobal Colón

San Agustín 1

Tarda un poco en cargarse, pero os aseguro que merece la pena

San Agustín 2

Corpus Christi

“Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo” Jn. 3, 16-18

“Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo” Jn. 3, 16-18

Jesucristo no es juez del mundo. Así lo dice el evangelista Juan, y lo afirma la experiencia misma de aquellos que vivieron junto a Él. No juzga a Pedro por su traición, ni a Tomás por su falta de fe, ni a la prostituta que iba a ser lapidada. Y Jesús no juzga al mundo porque es precisamente juez. El juez humano condena según la objetividad de unas pruebas, atendiendo a unos testimonios concretos; no puede hacerlo de otra manera, pues sólo puede juzgar lo que ve y oye. Jesucristo conoce hasta lo más profundo de cada uno de nosotros, por eso no juzga al mundo, sino que en la eternidad de Dios Padre y en la fuerza del Espíritu dota al ser humano de la libertad plena y de la propia conciencia, ellas son las que juzgan como consecuencia de uso de ellas mismas. La conciencia es, como sabemos, la voz de Dios en el hombre. Por tanto Dios está presente en nuestro pensamiento y nuestra acción, pero no como director, sino como pastor que guía. Jesucristo se presenta a sí mismo como el Buen Pastor, y no puede ser de otra manera. El buen pastor no juzga ni condena a sus ovejas sino que está preparado en todo momento para volver a unirlas al rebaño por mucho que se hayan alejado.

La fiesta de la Trinidad nos presenta a un Dios hecho hombre en el Espíritu. Qué gran misterio y que gran alegría. Lejos del dios de Israel, de Egipto, de Buda, de Alá, el dios Trinitario vive cada segundo y cada instante del ser humano. No lo observa desde lo alto para premiar o condenar, sino que desciende para caminar junto a él. Sin duda alguna, no puede juzgar, pues conoce hasta lo más intimo de cada uno de nosotros y sabe, casi siempre, que nuestras acciones responden a un por qué. Qué juicio más maravilloso el de Dios: el juicio del Amor. ¿Qué madre puede condenar a su hijo? ¿Qué padre desea el mal a su hijo? La Trinidad es el misterio de Amor, en palabra del gran Papa Pablo VI: el misterio de un Dios Padre que ama con corazón de Madre.

Cada uno de nosotros, estamos llamados a ser Trinidad. A no juzgar, a que nuestro juicio pase siempre por el filtro del Amor y del perdón. En definitiva: a escuchar la voz de Dios Padre en la Conciencia para, mediante la fuerza de Dios Espíritu Santo poder vivir y actuar como Dios Hijo. ¿Cómo? No olvidando las palabras de Mt. 14, 22-33: “Ánimo, no tengas miedo, soy Yo”.

Y en Pentecostés, el inicio.

Y en Pentecostés, el inicio.

 

Y en Pentecostés, el inicio. Si tenemos que marcar un comienzo de la Iglesia, lo encontramos en el día de Pentecostés. Es ese día cuando los apóstoles llevan a la realidad el deseo e inspiración de Jesucristo: una Iglesia, es decir: una unión, congregación, reunión, de aquellos que desean hacer vida auténtica su mensaje, su testimonio y su presencia real. Desde aquel momento, la iglesia se ha visto llamada a vivir como Cristo vive, sin olvidar sus errores, sus fracasos y sus infidelidades. Toda la historia de la Iglesia nos enseña que este misterio nacido de Pentecostés es un misterio que trasciendo toda intención humana, es más, que la supera. Cristo vive en su Iglesia y su Iglesia en todos los hombres y mujeres de buena voluntad. La sombra del mal aparece cada vez que encerramos al Espíritu en el trastero de nuestro corazón y nuestra conciencia. Es entonces cuando surge el mal. Una de las misiones más importantes de la Iglesia es ser voz profética que abra las puertas de ese tratero interior para que el Espíritu sea liberado y, con plena confianza, pueda guiar y orientar nuestra vida. Pentecostés no es sólo el nacimiento de la Iglesia, es también el nacimiento de la vida nueva, constante y renovable en Cristo vivo y Resucitado.